Psicoterapia y Religión

 

Fuente: Systemic solutions bulletin nº 4/2003

Tanto la psicoterapia como la religión buscan lo mismo: la curación del alma, y a través del alma, la curación total de la persona. Esto es lo que las une. Lo que las separa es que la psicoterapia reivindica poseer la ciencia y la iluminación como premisa y, por lo tanto, ser superior a la religión. A través de su nuevo y perspicaz enfoque, la psicoterapia ha provocado una cuidadosa y nueva evaluación de las ideas de la religión haciendo que se aparte de la imaginería mítica, del temor y de la esperanza en la salvación, volviendo así a sus verdaderos comienzos y raíces. Mucha gente considera que esto es un movimiento constructivo.

El Alma y el “Yo”

Sin embargo la cuestión para la psicoterapia consiste en saber en qué medida se apoya también en este mundo arcaico, en estas imágenes míticas, en esta esperanza y, por lo tanto, necesita igualmente reconstruirse. Se debería subrayar que el “Yo” aunque pueda fascinar a algunos psicoterapeutas, es asimismo un concepto mítico que alimenta esperanzas míticas y que cree poder acallar nuestras angustias mediante algún tipo de incredulidad supersticiosa.
Me parece también que, tanto en la religión como en la psicoterapia, existe el mito de creer que el alma es algo personal. Cuando miramos objetivamente de qué manera reacciona el alma, vemos claramente que no somos nosotros quienes tenemos un alma sino que es más bien el alma la que nos posee.
Y el alma no está allí para servirnos, estamos aquí al servicio del alma. Así que, de hecho, hay  cuestiones que conciernen tanto a la religión como a la psicoterapia, cuestiones comunes a ambas.

El Método

Mi método es fenomenológico. Ignoro las suposiciones comunes tanto como puedo (incluyo también en esto todas las teorías y convicciones) y me abro a la realidad tal como se revela y tal como cambia. Entonces espero y veo si algo aparece repentinamente, como un relámpago, algo que parece esencialmente verdadero y lanza alguna luz sobre la situación; algo acorde con la realidad, en sintonía, que puede dejar las creencias, proyectos y deseos del ‘Yo’ muy por detrás, algo que se demuestra por su efecto.

El Alma y el “Yo” en la Religión

Si pienso en la religión mi primera pregunta sería: “¿Qué nos pasa cuando nos percibimos a nosotros mismos como religiosos?” Cuando pensamos en la gente religiosa, lo que  destaca es su voluntad de reconciliarse con fuerzas cuyos efectos permanecen en gran parte secretos u ocultos. Ante esta experiencia de lo que es a la vez misterioso e incomprensible, se sienten intimidados y son humildes. Esa es en esencia  la postura religiosa. Nos anima a contener, a no revelar en lugar de dar un paso hacia delante. Es un estado sin expectativas, en sintonía y tranquilo. Yo llamaría a esto la religión del alma.
Pero para una parte del alma tal limitación es difícil de soportar. Al contrario, lo que pasa es que el alma intenta atrapar la realidad acentuando dichas manifestaciones, para influir en ella y llegar a dominarla, por ejemplo a través de rituales, ofrendas, expiaciones u oraciones. A esto lo llamo la religión del “Yo”.
Es un intento de entender y controlar el misterio lo que, en última instancia, es una contradicción – intentar obtener un control que sabemos fuera de nuestro alcance. Aquí surgen las aberraciones religiosas – en el punto en el que intentamos disipar lo desconocido y ganar control sobre ello, en lugar de respetarlo.
La religión del alma tiene aún otra resonancia con la religión del “Yo” ya que, a través de rituales y oraciones, reconoce también que hay una realidad más grande. Cualquier reforma de la religión y sus prácticas correspondientes debe seguir, inevitablemente, el recorrido desde el “Yo” hacia el alma.

Religiones de Revelación

Las religiones de revelación son para nosotros de especial importancia. Se refieren a una persona en particular que proclama haber recibido una revelación de Dios y que exige que los demás, a menudo bajo amenaza de condena eterna, crean en su revelación y se conviertan en sus seguidores. La religión de revelación se puede ver esencialmente como una religión del “Yo”. No sólo Dios se entiende  como un “Yo” con todas las características de un “Yo”, ya que por naturaleza se reveló a sí mismo, sino también quien recibe la revelación ya que habla desde la posición del “Yo”. A su debido tiempo, espera de aquellos que son receptivos a su revelación que cada uno de ellos someta su “Yo” al suyo. Sin embargo, si intentamos mirar de manera imparcial lo que está pasando allí, no hay ninguna prueba de que quien recibe la revelación hable por alguien y no en su nombre, nada más que en su nombre y que el discípulo al que predica pueda, finalmente, creer sólo en él.
Lo que esto implica es que Dios no confiará esta misma revelación a nadie más, que todos los demás estarán excluidos de tal revelación y que Dios mismo lo ordena así para siempre. Por lo tanto, el que recibe la revelación se sitúa por encima de sus discípulos pero, de hecho, también se pone a sí mismo por encima de Dios cuyo evangelio pretende predicar ya que reclama ser el portador de la revelación, una afirmación que proviene del “Yo”. Así, las religiones de revelación son las que más necesitan aclaración y reforma.

La Comunidad Religiosa

Ahora si miramos más de cerca el desarrollo religioso de los individuos, me parece claro que el sentimiento religioso, la fe y la práctica religiosa empiezan en la familia y que las imágenes de los individuos respecto a la religión se transmiten dentro de la familia. Por ejemplo, en el pasado, la adhesión religiosa era uno de los requisitos para pertenecer a la familia, y cualquier desviación de esto significaba “caer en desgracia” y provocaba el castigo más severo. Cualquier digresión de la religión familiar se habría visto menos como una transgresión religiosa que como una deslealtad para con la familia, y podría haber conducido a la exclusión de la familia. Por lo tanto, se temía tal transgresión.
Esta necesidad de lealtad a las creencias familiares sigue vigente hoy en día. Examinando las cosas más de cerca, está claro  que el miedo  no está exclusivamente relacionado con ninguna creencia religiosa en particular pero sí que se manifiesta de la misma manera en familias con un cierto nivel de fe, independientemente de sus enseñanzas o prácticas específicas. Se manifiesta con mayor o menor intensidad dependiendo del fervor con que una familia defienda sus creencias. Y esto también es así para las familias que son supuestamente a-religiosas o ateas. El efecto sobre los miembros de la familia depende sistemáticamente de hasta que punto el nivel de lealtad a las creencias es una condición para poder pertenecer a la familia.
Todos estos sistemas de creencias son intrínsecamente religiones de grupo. A menudo, los grupos se definen a sí mismos diferenciándose de otros grupos, a través de su religión. Se sienten superiores y procuran extender la influencia de su religión y grupo a costa de los demás. Con frecuencia, utilizan su religión para justificar la opresión de otros grupos. A veces también persiguen con vehemencia las convicciones políticas como doctrinas religiosas, y tienen un efecto similar. Tales grupos operan como un “Yo” extendido. La religión del grupo es un “Yo” religión amplificado. No sólo se preocupan por controlar lo desconocido sino también por ejercer un control sobre otros individuos y grupos.

La Religión Natural

Dicho esto, es verdad sin embargo que en diferentes grupos religiosos, también existe una profunda devoción personal que trasciende el vínculo con la familia y el grupo. Aparentemente, tal piedad respeta la lealtad al grupo pero por dentro va más allá de estas limitaciones. Por ejemplo, los movimientos místicos del cristianismo y del islam son tan semejantes entre sí que lo que los distingue como religión – sus diferencias en ortodoxia, dogma y creencias – parecen ser inconsecuentes.
Aparentemente, existe una experiencia y una actitud religiosa totalmente personal e independiente del grupo que trasciende la tradición, la creencia y el ritual. Se refiere a una experiencia humana compartida del mundo y tiene en cuenta nuestros propios límites. Podemos llamarla religión natural ya que responde a una necesidad común sentida por todos. No precisa ningún profesor ni ningún tipo de práctica. De hecho, en contraposición con otras religiones, no necesita sentirse superior respecto a otros grupos. No impulsa al poder ni hace propaganda. Aquí cada uno es un individuo. Esta religión une a los seres humanos allí donde otras religiones los separan.
La religión natural requiere una motivación personal del más alto nivel. Este fue también el caso de los primeros filósofos quienes, en su fuero interno, consiguieron abandonar ideas preconcebidas sobre la humanidad y la naturaleza y presentar la realidad tal como la observaban, sin miedo ni reservas. Lo que les motivaba era su sobrecogimiento y su fascinación ante la existencia de la vida; la vida que tenía sus orígenes en un lugar misterioso al que finalmente volvería. Tal reverencia mezclada con admiración frente a la realidad surge de una dedicación a lo que es, sin ningún intento de interpretarla o evitarla. La contemplación de la realidad tal como es requiere valor – el valor de no investigar más profundamente en lo desconocido. Exige aceptar los límites de lo que se puede experimentar y un compromiso de no ignorar o sobrepasar estos límites. Esta postura es profundamente religiosa pero de un modo natural y humilde.

La Religión como Escapatoria

En contraste con la religión natural innata vemos que las religiones tradicionales intentan escaparse de la realidad y hallar la redención en ello; ajustar la realidad a una imagen de deseos e ideas personales; modificarla en lugar de afrontarla; destapar sus secretos en vez de respetarlos. Por encima de todo hay un intento de negar nuestras limitaciones y mortalidad, una tentativa del ‘yo’ para tomar el mando de lo que en realidad está más allá de su alcance y usarlo para sus propios objetivos.
Detrás de estos intentos, hay ideas arcaicas y esperanzas mágicas que tienen su origen en un tiempo en el que los seres humanos se sentían dependientes y vulnerables e intentaban por todos los medios olvidar lo que les producía pavor y lo que veían como peligroso, a través de ritos y rituales. Es de esta capa arcaica del alma de donde surgió la necesidad de sacrificio, apaciguamiento, expiación y el deseo de encontrar un sentido. Estas necesidades se fortalecieron con el tiempo hasta convertirse en convicciones sin conexión con  la realidad. Se basan principalmente en la experiencia humana, en su intento de tratar con lo oculto y con lo que no se puede entender, la constante desconocida, que podemos sentir pero no podemos conocer totalmente. Han evolucionado a través del tiempo y son nuestra herencia religiosa.
Sabiendo esto, resulta aún más claro el esfuerzo individual que se necesita para que podamos pasar de la religión del “Yo” a la religión natural, y qué purificación del espíritu y moderación del ego se nos exige.

Filosofía y Psicología

Sin duda alguna, el logro de la filosofía y de la psicología ha sido contribuir a una apertura y preparar el terreno para una consideración más objetiva de la realidad. Ellas han ayudado a que se respetara la religión en su forma natural
En psicología, dicen que Freud tuvo el mérito de comprender las ideas religiosas como simples proyecciones y Jung el de reconocer imágenes de Dios como ideales del “Yo” o  arquetipos.
El análisis más radical que he encontrado de la religión judeo-cristiana, sus orígenes y consecuencias es de Wolfgang Giegerich: La bomba atómica como una realidad del alma y la batalla en contra del dragón o iniciación en la era nuclear. Estos libros son intentos evidentes de analizar la psique del Occidente Cristiano. Demuestran que la ciencia moderna y la tecnología representan simplemente una continuación de las preocupaciones esenciales de la Cristiandad como una religión del “Yo”.
En mi propio trabajo he comparado la experiencia de las relaciones en la familia con las ideas y comportamientos religiosos. Esto cuestiona la idea misma de Dios como persona. Este Dios personalizado está impregnado de características, intenciones y sentimientos originados en las experiencias de la soberanía y del imperio. De este modo, Dios está por encima y nosotros estamos por debajo. Suponemos que es honrado y que se le puede ofender y que asiste como juez, gratificando o castigando según lo que nos merecemos. Como verdadero soberano debe ser justo y benévolo y protegernos de la herejía y de nuestros enemigos. Por lo tanto, con toda inocencia, lo llamamos nuestro “Dios”. Tiene su corte como un rey, los ángeles y los santos, y esperamos que, tarde o temprano, formaremos parte de sus elegidos.
Hemos traspuesto otros modelos de relaciones a nuestra experiencia de lo desconocido, como la relación entre padres e hijos y la relación con  la familia o las relaciones consanguíneas. En este sentido nos imaginamos a otros como nuestro padre o nuestra madre y nos apegamos a nuestras creencias como si fueran nuestra familia o nuestros parientes.
Así podemos observar que a muchos que buscan a Dios les falta su padre y esta búsqueda se acaba cuando encuentran a su verdadero padre. De la misma manera, muchos ascetas buscan a su madre, como hizo Buddha.
También el modelo del “dar y tomar” tal como se practica en las relaciones formales puede trasferirse a lo desconocido, como por ejemplo en el acto de prestar juramento. O podemos trasferir a lo desconocido la imagen de la relación entre hombre y mujer, como por ejemplo en el concepto de “boda sagrada” con Dios. O tal vez lo más extraño de todo, sea referirse a lo desconocido como el padre de un niño desobediente y prescribir lo que debe hacer y como tiene que comportarse para ganarse el privilegio de ser nuestro Dios. Así, por ejemplo, nos encontramos diciendo: “Dios no debería haber permitido que esto ocurriera.”
Esta idea conduce a la “mitologización” de la religión, especialmente de las religiones de revelación y estos modelos religiosos dicen más sobre nosotros que sobre Dios o lo Divino. Esto nos impulsa a revisar nuestras ideas y actitudes respecto a la religión, remitiéndonos a la experiencia religiosa fundamental con sus límites inherentes.
Os contaré una historia sobre este tema.

LA NADA

Algunos discípulos se despidieron de su maestro
Y mientras viajaban de vuelta a casa
Se preguntaban unos a otros
“¿Para qué hemos venido aquí?”
Uno de ellos comentó:
“Nos subimos a un carruaje de manera ciega.
Un cochero ciego
Con caballos ciegos
Nos condujo de manera ciega hacia delante.
Sin embargo podíamos haber sentido nuestro propio camino
Avanzando a tientas
Igual que los ciegos
Podríamos,
Al alcanzar el borde del precipicio,
Haber tocado con nuestro bastón
El borde del abismo.”

Las imágenes brillantes oscurecen el espíritu.
En su viaje, el héroe
huye de ellas
Para no sentirse engañado.
Las imágenes significativas son oscuras.

Psicoterapia y religiones de revelación

Si miramos ahora objetivamente la psicoterapia de la misma manera, podemos ver que muchas escuelas psicoterapéuticas han acabado pareciéndose  a las religiones que intentaban desplazar, especialmente a las religiones de revelación. Al igual que estas religiones, también defienden la revelación y la noción de un creador y tienen discípulos que siguen sus doctrinas. Aunque pueda haber muchas cosas buenas en una religión, el hecho de pedir que sus seguidores adhieran exclusivamente a ella exige de éstos que reduzcan su perspectiva y nieguen o rechacen otras ideas que no se ajustan a sus enseñanzas. De este modo, surgen diferentes escuelas de psicoterapia y se condenan unas a otras tal como una religión lo hace con otra. La ortodoxia, un credo y una práctica legítimas son inherentes a estas escuelas. Se establecen centros para que los seguidores salvaguarden estas doctrinas y expulsen a los que se desvían. Tales organizaciones psicoterapéuticas se asemejan a las religiones de un modo u otro. Por ejemplo, normalmente se realizan largos periodos de aprendizaje, pruebas de dedicación, ideologías exclusivas, ritos de iniciación y promoción para unos pocos que se encuentran entre los elegidos y que ambicionan tener influencia y poder.
En las escuelas de psicoterapia encontramos, como en cualquier religión, miembros que, por intuición personal, se apartan de la doctrina y práctica prescritas pero tienen miedo de admitirlo ante sus compañeros por temor a ser juzgados y excluidos en consecuencia.

Convergencia

La psicoterapia se basa, esencialmente, en técnicas adquiridas mediante la observación y la experimentación, constantemente afinadas y profundizadas con la experiencia. Con el tiempo un psicoterapeuta se aleja de la creencia y de la teoría y se dirige hacia el aprendizaje, la comprensión y la aplicación a través de su práctica. No es posible hacer justicia a la diversidad de ideas si se sigue un método exclusivamente. A la larga, llegamos a un punto en el que hay una convergencia entre las diferentes escuelas de psicoterapia y las fronteras entre ellas se vuelven cada vez menos claras. Muchos psicoterapeutas trabajan de una manera exclusivamente práctica. Sin adherir a ninguna escuela de pensamiento en particular, aprenden una variedad de métodos y los aplican en su práctica según las necesidades del cliente.

Cuerpo y Alma

Además de desarrollar habilidades prácticas terapéuticas, la psicoterapia también debe sostener el alma.  Esto es especialmente importante con las enfermedades psicosomáticas en las que la psicoterapia, conjuntamente con la medicina, asiste al alma y se esfuerza por mejorar o curar síntomas físicos o enfermedades. Ciertas experiencias, por ejemplo una separación temprana de la madre, no afectan únicamente al alma sino también al cuerpo. En casos así, podría ayudar realizar un trabajo con los recuerdos y con lo que provocó dolor en el pasado, afectando más tarde al cuerpo. En este proceso el cliente vuelve a lo que le hirió, revive la experiencia del dolor original y por el hecho de asentir a ello tal como fue, puede ser capaz de estar en paz y llegar a la liberación y a veces a la curación del cuerpo.
Veamos un ejemplo: durante un curso en Londres, una mujer en silla de ruedas explicó de que manera había sobrevivido a la polio, cuando tenía dos años, sin mayores consecuencias. Sin embargo, desde hacía algunos años se había convertido en una minusválida y se veía obligada a utilizar una silla de ruedas. Entonces le pregunté: “¿En ese momento, alguien expresó su gratitud por tu salvación?”  Como en muchos otros casos, esto no había ocurrido.
Cuando alguien se salva de una situación potencialmente mortal o de una enfermedad, a menudo se dice que ha superado la enfermedad o que se ha liberado de ella. Entonces el “Yo” se siente como un héroe, como si lo controlara todo. En tales situaciones que afectan realmente a la curación por ejemplo, el alma se retira y deja el “Yo” a su suerte. El “Yo” entonces tiene que aprender lo que puede ser una lección dolorosa: todos estamos en las manos de un todo mayor.
Sugerí a la mujer que cerrara los ojos y se dijera a sí misma en silencio: “Si mi minusvalía es el precio que tengo que pagar por mi supervivencia, entonces me siento feliz por pagarlo.” Ella luchó con esto. Luego le conté la historia de un hombre joven que estaba tan incapacitado por la polio que solo podía mover su cabeza y un poco una mano. Cuando le pregunté qué historia había conmovido más profundamente su alma, me contó este cuento Zen: un montañero resbala y mientras está colgando por un lado de la montaña, ve un ratón royendo su cuerda. Mira alrededor y descubre, justo a su alcance, dos fresas silvestres que crecen en la roca. Las coge, las mete en su boca y dice: “¡Qué dulce!”
Luego le pregunté a la mujer: “Imagina en una mano tu vida que se desarrolla sin la enfermedad, y en la otra tu vida tal como es. ¿Cuál de ellas es más valiosa?”
Entonces empezó a llorar y dijo: “esta vida es más valiosa.” Fue un acto profundamente espiritual de rendición y de aceptación y un movimiento lejos del “Yo”. De este acto vino el consuelo y la fuerza de curación.
A veces el alma adopta una actitud espiritual y desea enfermar y morir conformándose al alma más grande. A veces el alma necesita una enfermedad para aportar iluminación. A veces el alma desea morir porque siente que ha llegado su hora.
Hace poco vino a verme una mujer que tenía cáncer. Me contó un sueño extraño que había tenido: se había mirado en el espejo y se había visto sin cabeza. “Es un sueño de muerte,” le dije. “Pero no tenía miedo para nada,” dijo ella. “Exactamente”, dije, “en su profundidad el alma no tiene miedo a la muerte.” Hay un movimiento en el alma, un deseo profundo que tiende a regresar a su lugar de origen. En el momento adecuado, el alma se mueve hacia este destino y a continuación puede estar en paz. Este movimiento es muy hermoso y tiene una gran profundidad. Es el movimiento más profundo de todos. Algunas personas hacen este movimiento demasiado pronto. De esta manera interfieren en el proceso natural y dañan el alma. Es una ofensa comprometerse con la muerte de manera prematura y estas personas necesitan ayuda para detenerla. Cuando es el momento adecuado, el movimiento hacía la muerte es tranquilo y pacífico. A veces, sin embargo, aun cuando alguien se haya rendido completamente, se detendrá con su propio acuerdo.
Veamos  un ejemplo: en un programa de televisión sobre recuperación espontánea, presentaron a un paciente al que se había operado para curar su cáncer. Durante la intervención, los doctores se dieron cuenta de que no podían hacer nada más por él y a continuación le dieron el alta en el hospital. Al saber que la enfermedad era incurable, el hombre vio que su vida llegaba a su fin. Se sentó en casa con su mujer e hizo testamento. Cuando terminó la tarea, sintió un fuerte impacto en todo el cuerpo. A partir de ese momento, las células cancerosas murieron y los doctores pudieron hablar de recuperación total.
¿Qué pasó exactamente? Aquel hombre se permitió estar en sintonía con su muerte, su destino y el final de su vida; en armonía con  el lugar de origen de donde la vida emana y a donde vuelve. Desde ese espacio de paz, el movimiento hacia la muerte le devolvió a la vida.

La Comunidad de Destino

 Algunos pacientes pueden desconocer acontecimientos y  experiencias nefastas o trágicas de su familia de origen, sin embargo éstas pueden ser causa de grandes enfermedades para ellos. Una vez más el “Yo” juega un papel pero de una manera curiosa. Por ejemplo, pacientes que intentan deshacerse de la pérdida de un padre o de un niño, les dicen de manera inconsciente: “Te seguiré.” En muchos casos, hacen que ocurra  contrayendo una enfermedad terminal, teniendo un accidente grave o suicidándose.
O a veces algunas personas pueden intentar evitar el destino abrumador de un ser amado con magia, incluso después de que haya muerto. Internamente se dicen: “prefiero  morir en tu lugar”. Este deseo se puede convertir también en algo real como una enfermedad, un accidente o un suicidio. Alternativamente, pueden intentar expiar su propia culpa, o la culpa de alguien de su sistema familiar poniéndose enfermos o muriéndose. Se comportan como si fuera posible remediar o anular una cosa dañina con otra.
En tales casos las herramientas psicoterapéuticas o médicas son insuficientes por sí mismas. Necesitamos un enfoque psicoterapéutico consciente que tenga en cuenta las dimensiones espirituales de la enfermedad y de la curación. Tal enfoque puede, con respeto y compasión, alejarnos de una posición religiosa que se opone a la realidad de la muerte, de la culpa y del destino con deseos mágicos, y volverse hacia una posición religiosa que asiente a estas realidades. Cuando esto ocurre, una persona puede ser ella misma de nuevo y estar en contacto con su propia grandeza y su propia fuerza, con su propia vida, salud y felicidad. Sólo desde esta postura puede una constelación familiar desarrollar su fuerza de curación completa.

El Centro Vacío

Para los psicoterapeutas la pregunta sigue siendo: ¿”Cómo puedo llegar a ese lugar y cómo puedo conseguir tales resoluciones y tener el valor de afrontar la verdad?” Personalmente, no me preocupo demasiado de esto. Siempre tengo en mi mente a un íntimo amigo mío, un tal Lao Tse, que murió hace mucho tiempo. En su escritura del Tao Te Chin habló sobre el efecto de permanecer en uno mismo en un centro vacío, renunciando a cualquier intención
Si uno se queda en tal centro vacío, está sin intención y sin miedo. El orden creará por sí mismo, en torno a uno, por propia decisión sin necesidad ninguna de una intervención directa. Esta es la postura que un terapeuta puede tomar frente a enfermedades graves y destinos pesados. Tiene que centrarse en el vacío. No cierra los ojos en este espacio, ya que no es un espacio aislado. Es un espacio que está conectado. El terapeuta se expone al destino pesado de la enfermedad, con todo su ser y sin temor. Lo que precede es de una gran importancia ya que alguien que tiene miedo y prevé posibles peligros, pierde su fuerza y su sabiduría. De todas formas, en ese centro vacío, el terapeuta está conectado con fuerzas que sobrepasan al “Yo” y sus intenciones.
Cuando él o ella se entregan a este proceso, entonces de repente, como de la nada, aparecen imágenes fructíferas, respuestas y frases sanadoras y el terapeuta las sigue. Está claro que no siempre tendrá razón pero los errores se regularán a si mismos por el eco que sigue. El terapeuta no tiene que ser impecable, o asumir tal presunción.  Él o ella sólo permanecen silenciosamente en el centro. De este modo, este tipo de terapia puede tener éxito. Es esta ausencia de intención la que se pone en sintonía con la persona enferma, con la enfermedad y con su destino, tal como es. Yo llamo a esto humildad. Viene de una armonía entre el alma y el “Yo” y es una postura auténticamente espiritual.
Para concluir contaré una historia. Es una historia filosófica o religiosa o quizás una historia terapéutica. Esto subsana todas las diferencias.

El círculo

Dos viajeros compartían el mismo sendero por un tiempo y uno que estaba desconcertado suplicó al otro:
“Dime qué importa al final”
El otro dio esta respuesta:
“Primero lo que importa
Es que vivimos solamente por un tiempo limitado
De modo que nuestra vida tiene un principio
Proviniendo de todo lo que ha habido antes
Y volviendo allí al final.
Justo como un círculo, una vez cerrado
Parece no tener principio ni fin,
Así cuando la vida se cierra
Su principio se junta con su fin
Como si no hubiera habido tiempo entre ellos.
El “Ahora” es el único tiempo que tenemos.
Segundo lo que importa es esto:
Lo que nos afecta
Cesa con nuestra partida,
Como si su importancia estuviera en otra parte
Y nos hubieran cogido como herramientas
Y nos hubieran utilizado para hacer algo más grande
Y nos hubieran dejado de lado otra vez.
La realización se confirma con la obsolescencia.”
El primer viajero pregunto:
“¿Si todo, nosotros y lo que nos afecta o en lo que influimos
 empieza y se acaba a la vez,
¿Qué importa cuando se acabe este momento?”
El otro respondió:
“El pasado y el futuro cuentan en igual medida”
Entonces, se acabó el tiempo de estar juntos para los viajeros. Como sus destinos se separaban, ambos hicieron una pausa y ambos permanecieron todavía.

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