miércoles, 26 de febrero de 2020



Extraido de BCN GESTALT
El triángulo dramático de Karpman: ¿qué es y cómo salir de él?
En el mundo de las relaciones es donde se manifiestan más claramente nuestras partes menos sanas: miedos, agresividad, dependencia, inseguridad, vanidad, victimismo, exigencia, control… Las peores neuras se disparan sin remedio en forma de personajes y máscaras que llevamos con nosotros (casi siempre inconscientemente) desde la infancia. Su razón de ser es bien sencilla: sentirnos más queridas y aceptadas o protegernos del dolor.

Algunos de estos modelos relacionales están muy estudiados y se estructuran de forma clara. Es el caso del Triángulo Dramático, nombre con el que Stephen Karpman definió a la relación que se produce entre tres roles determinados: víctima, salvador y perseguidor.

EL TRIÁNGULO DRAMÁTICO
— Francisco tiene alcoholismo. Su hijo Roberto trata por todos los medios de evitar los problemas que esto provoca entre sus padres, intentando proteger a su madre (rol de salvador) de los ataques de Francisco y que éste no beba o vaya a rehabilitación (salvador). Lucía, la madre, está sobrepasada por la situación y no sabe cómo actuar (víctima).

Cuando bebe, Francisco acusa a Lucía de ser la causante de sus problemas (perseguidor), pero en ocasiones toma conciencia del daño que está causando y entra en culpa (víctima). Lucía no quiere que su hijo salga dañado e intenta ocultarle los episodios (salvadora). Roberto, harto de la situación, acusa al padre de ser el causante de todo (perseguidor), ante lo que Francisco se justifica diciendo que está enfermo (víctima). —

En este ejemplo vemos como en una misma situación se puede pasar de un rol a otro en función de las circunstancias y el estado emocional. Los tres roles se retroalimentan entre sí construyendo un modelo de relación disfuncional que provoca sufrimiento en todas sus posiciones.

Los tres roles se retroalimentan entre sí construyendo un modelo de relación disfuncional que provoca sufrimiento en todas sus posiciones
Aunque cada uno de nosotros podemos identificarnos más con uno de estos tres roles como tendencia habitual, podemos entrar y salir de cualquiera de los personajes implicados en el triángulo dramático. Con algunas personas o situaciones determinadas tendemos a establecernos en uno de los tres (por ejemplo salvador de los amigos, acusador en la pareja). También podemos reconocer cada uno de los roles por separado en distintas situaciones.

triángulo dramático Kaarpmanimagen de Susanne Jegge

LOS PERSONAJES
Los tres personajes implicados en el triángulo dramático constituyen estrategias emocionalmente inmaduras que se establecen como una defensa ante situaciones de conflicto. Cada una de las posiciones busca una serie de beneficios consistentes en obtener o evitar ciertas cosas:

– LA VÍCTIMA –
La persona que ejerce el rol de víctima se muestra en una posición de inferioridad, autocompasión e indefensión, sintiendo incapacidad de salir por sí sola de la situación. La demanda de ayuda (explícita o no) y la queja suelen ser sus formas de comunicarse. También puede sentir culpa, una posición cómoda en donde librarse de cualquier acción o confrontación real con el conflicto (te recomendamos leer este artículo al respecto). Frecuentemente se refuerza en el papel de víctima desde el «sí, pero…», desmontando cualquier posibilidad de solución o paso a la acción.

El victimismo es una actitud inmovilista e infantil que perpetúa el propio sufrimiento.
Beneficios: No hacerse responsable de su parte. Despertar compasión y tener la atención de las demás. Conseguir la ayuda del «salvador». Si hay culpa, conseguir el castigo que cree merecer y que llega desde el perseguidor.

– EL PERSEGUIDOR –
El personaje de perseguidor se ejerce desde el juicio, la acusación, la crítica y a veces la amenaza. El perseguidor tiene el rol más agresivo aunque a veces esta agresividad se ejerza de manera encubierta. En esta posición suelen encontrarse con más frecuencia personas con estructuras de carácter más agresivo, poco empáticas o que usan a los demás para satisfacer las propias necesidades. También en aquellas con tendencia a la susceptibilidad o que justifican su actitud como una defensa ante los ataques (supuestos o reales) de las demás.

El papel de perseguidor permite escapar de la propia vulnerabilidad para colocarse en una posición de control y poder.
Beneficios: Establecerse como «el que sabe». No implicarse realmente en el conflicto. No conectar con su vulnerabilidad ni asumir la propia responsabilidad. Conseguir lo que desea o le conviene. Vengarse, castigar. Atacar como forma de autodefensa. Tener el control.

– EL SALVADOR –
La persona salvadora se sacrifica por los demás asumiendo funciones que no le corresponden. Se siente responsable del bienestar ajeno y muchas veces presta ayuda sin que se la pidan. Esta ayuda en realidad la sitúa en una posición de superioridad y orgullo al creer que los demás necesitan ser salvados porque no son capaces de resolver los problemas por sí mismos. Puede llegar a reprochar que los esfuerzos que hace no le son correspondidos o reconocidos.

La ayuda se realiza desde una proyección de la propia necesidad y como consecuencia de la incapacidad de conectar de verdad con las propias carencias
Beneficios: Situarse por encima. Ser vista como buena y ayudadora. No ocuparse de sus propias necesidades y emociones. Evitar el conflicto. Crear dependencia en los demás. Sentirse necesitado y querido.

– Movimientos habituales entre roles –
La víctima, sintiéndose inferior y disminuida por la ayuda que le ofrece el salvador, puede acabar persiguiéndole.
El perseguidor puede irse al salvador si contacta con la culpa de estar dañando.
La salvadora al no sentirse recompensada, puede pasar a ser víctima.
La víctima puede pasar a ser perseguidora acusando del daño que se le ha causado.
El salvador, harto de salvar a la víctima, puede perseguirla.
La víctima entra en la perseguidora cuando hace ver a los demás que no son capaces de ayudarla.
SALIENDO DEL TRIÁNGULO
El primer e imprescindible paso para salir del triángulo dramático es identificar en cuál de los tres personajes estamos situados. Una vez reconocido, no queda más remedio que asumir de forma responsable lo que está sucediendo y hacer frente a todo aquello que tratábamos de evitar desde nuestro rol neurótico.

– DE VÍCTIMA A RESPONSABLE –
El victimismo es una actitud inmovilista e infantil que perpetúa el propio sufrimiento. Dentro del triángulo, la víctima está sujeta a la figura del salvador, creando una relación de dependencia. La ayuda que llega por parte del salvador puede ser a la vez boicoteada por la propia víctima porque aceptar soluciones acabaría con la situación por la que está recibiendo atención y cuidados.

Para salir de este rol:

1– Aceptar el problema desde una postura adulta (responsabilidad) y no como un niño indefenso y sin recursos (víctima). Una postura madura pasa por comprometerse en encontrar soluciones, buscar los propios recursos e iniciar las acciones necesarias para solucionar el problema.

2- Contactar con las emociones que se están movilizando a nivel profundo (rabia, tristeza, baja autoestima, vergüenza…).

3- Si hay una necesidad real de ayuda, pedirla y vivirla desde una actitud activa y no pasiva. Es decir, no poner todo el peso en otra persona esperando a «ser salvada».   

– DE PERSEGUIR A EXPRESAR –
El papel de perseguidor permite escapar de la propia vulnerabilidad para colocarse en una posición de control y poder. Ejerciendo de juez, imponiendo, buscando castigo, en el fondo se escapa de lo propio: «si ataco no me atacan». El perseguidor huye de una imagen débil y de su propio dolor; el uso del control y la acusación ayuda a desconectar las emociones que se juzgan como menos fuertes.


Para salir de este rol:

1- Reconocer la propia responsabilidad en el conflicto y salir de la acusación enfrentándose al problema desde una posición menos defensiva.

2- Conectar con la propia vulnerabilidad y ver qué se esconde en el enfado. Si hay deseo de venganza o castigo, ver el dolor que hay detrás para poder gestionarlo de forma más responsable y no tapándolo desde la defensa.

3- Empatizar con las otras personas en conflicto.

4- Cambiar la acusación por la expresión asertiva y responsable de lo propio: en lugar de «tú haces», «tú deberías…», usar «cuando dices esto yo me siento». Pedir de forma directa lo que necesita, negociando en lugar de imponiendo.

– DE SALVAR A ACOMPAÑAR –
Estar en una actitud de ayuda está muy bien, pero como en todo, depende del cómo, del cuánto, del cuándo y sobre todo, del para qué. Nadie puede salvar a nadie, sólo podemos acompañar, escuchar, estar presentes y ofrecer ayuda desde la humildad y el reconocimiento de las capacidades de la otra persona, sin situarnos por encima de ella.

Para salir de este rol:

1- Menos fuera y más dentro: ocuparse más de las necesidades propias que de las ajenas. Esto también pasa, como en los otros papeles del triángulo dramático, por reconocer las emociones reales que se ocultan tras el rol. La ayuda muchas veces se realiza desde una proyección de la propia necesidad y como consecuencia de la incapacidad de conectar de verdad con las propias carencias; algo así como: «me ocupo de ti como forma indirecta de ocuparme de mí».

2- No ofrecer ayuda a menos que la pidan. Y aún así, observar en qué medida es necesaria y cómo se da.

3- Aprender a decir que no, poner límites. La persona salvadora es reclamada frecuentemente porque su entorno (en este caso, la víctima), está acostumbrado a que acuda siempre al rescate. Esto retroalimenta el guión dependiente que se da entre ambas figuras.

4- Si la ayuda es necesaria, que sea auténtica y desinteresada. Evitar aquellas ayudas que se realizan desde la obligación o como forma de obtener algo a cambio (agradecimiento, favores, reconocimiento…).

En definitiva: para poder salir del triángulo dramático tenemos que darnos cuenta de qué papel estamos representando dentro de él. Después, hacernos cargo de lo que estamos intentando evitar o conseguir, responsabilizarnos de nuestra parte en el asunto y poner atención a las emociones que se ocultan detrás de nuestro rol.

Darnos cuenta de nuestros mecanismos automáticos a la hora de relacionarnos nos ayudará a construir relaciones más sanas y verdaderas.

lunes, 11 de abril de 2016

LA RUPTURA DEL LINAJE MATERNO Y EL PRECIO DE VOLVERSE AUTENTICA

La Ruptura del Linaje Materno y el Precio de Volverse Auténtica
extraído de Mujer Cíclica
Texto de Bethany Webster


Una de las experiencias más duras que puedes tener como hija en la relación con tu madre es darte cuenta de que ella está inconscientemente involucrada en tu insignificancia. Ante este sentimiento, es verdaderamente desgarrador ver que, más allá de su propia herida, la persona que te dio a luz siente, inconscientemente, tu empoderamiento como una pérdida propia. En el fondo no es una tragedia personal, sino de nuestra cultura patriarcal, que dice a las mujeres que somos “menos que”.
Todas deseamos ser auténticas, ser vistas tal como somos, ser aceptadas, y ser amadas por quien realmente somos. Es una necesidad humana. Lo cierto es que el proceso de convertirnos en nosotras mismas implica ser complicadas, fuertes, intensas, asertivas y complejas, cualidades que el patriarcado pinta como poco atractivas en una mujer.
Históricamente, nuestra cultura ha sido reacia a la idea de las mujeres como seres individuales.
El patriarcado identifica a las mujeres atractivas como seres complacientes, que buscan ser aprobadas, cuidan las emociones, evitan el conflicto y toleran el maltrato. En cierta medida, las madres transmiten esta imagen a sus hijas, y hacen que inconscientemente se construyan una falso yo, a menudo a través de la máscara de “la rebelde”, “la solitaria” o “la niña buena”. El mensaje principal es “Para ser amada no debes crecer”. Sin embargo, las nuevas generaciones de mujeres tenemos el deseo de ser auténticas. Se podría decir que, con cada nueva generación, el patriarcado se debilita y el deseo de ser auténticas se va fortaleciendo entre las mujeres, de hecho, está empezando a ser urgente.
El anhelo de ser auténtica y la añoranza de la madre

Se trata de un dilema para las hijas criadas en el patriarcado. El anhelo de ser tú misma y el anhelo de ser cuidada, se convierten en necesidades que compiten entre sí, parece que tengamos que elegir entre una de las dos. Esto sucede porque tu empoderamiento está limitado en la medida en que tu madre ha internalizado las creencias patriarcales y espera que tú las acates. La presión de tu madre para que no crezcas depende principalmente de dos factores: 1) el grado en que ella haya internalizado las creencias patriarcales limitantes de su propia madre y 2) el alcance de sus propias carencias por estar divorciada de su yo verdadero. Estas dos cosas mutilan la capacidad de la madre de iniciar a su hija a su propia vida.
El costo de convertirte en tu ser auténtico a menudo implica cierto grado de “ruptura” con el linaje materno. Cuando esto sucede, se rompen los hilos patriarcales del linaje materno, algo esencial para una vida adulta sana y poderosa. Por lo general se manifiesta en alguna forma de dolor o conflicto con la madre. Las rupturas del linaje materno pueden adoptar diversas formas: desde conflictos y desacuerdos hasta distanciamiento y desarraigo. Es un viaje personal y es distinto para cada mujer. Básicamente, la ruptura sirve para la transformación y la sanación. Forma parte del impulso evolutivo del despertar femenino para empoderarse con más consciencia. Es el nacimiento de la “madre no patriarcal” y el comienzo de la verdadera libertad e individualización.

Por una parte, en las relaciones madre/hija más sanas, la ruptura puede provocar un conflicto, pero en realidad sirve para fortalecer el vínculo y hacerlo más auténtico.
Por otra parte, en las relaciones madre/hija agresivas y menos sanas, la ruptura puede desencadenar heridas no sanadas en la madre, y provocar que esta arremeta contra su hija o la repudie. Y en muchos casos, desafortunadamente, la única opción de la hija será mantenerse a distancia indefinidamente para conservar su propio bienestar emocional. Así, en vez de ver que es el resultado de tu deseo de crecimiento, la madre puede sentir tu alejamiento/ruptura como una amenaza, un ataque personal y directo hacia ella, un rechazo a quien es ella. Ante esta situación, puede resultar desgarrador constatar que tu deseo de empoderamiento o de crecimiento personal puede hacer que tu madre, ciegamente, te vea como una enemiga.
En estas situaciones podemos ver el alto precio del patriarcado en la relaciones madre/hija.

“No puedo ser feliz si mi madre es infeliz” ¿Has sentido esto alguna vez?
Generalmente, esta creencia procede del dolor que te causa ver a tu madre sufrir por sus propias carencias y la compasión que te produce su lucha bajo el peso de las demandas del patriarcado. Sin embargo, cuando sacrificamos nuestra propia felicidad por la de nuestras madres, en realidad impedimos la sanación necesaria que produce llorar la herida en nuestro linaje materno. Esto solo provoca el estancamiento de ambas. Por mucho que lo intentemos, nosotras no podemos sanar a nuestras madres, y no podemos conseguir que nos vean tal como somos. El duelo es lo que trae la sanación. Tenemos que llorar por nosotras y por nuestro linaje materno. Este duelo trae consigo una gran liberación.
Con cada oleada de duelo re-integramos aquellas partes de nosotras a las que tuvimos que renunciar para ser aceptadas por nuestras familias.

Hay que romper los sistemas enfermos para poder encontrar un nuevo equilibrio, mucho más sano. Es una paradoja que sanemos nuestro linaje materno al alterar los patrones patriarcales, y no al mantenernos cómplices de los mismos para conservar una paz superficial. Hay que tener agallas y coraje para negarse a seguir acatando patrones patriarcales que tienen una gran fuerza generacional en nuestras familias.
Dejar que nuestras madres sean seres individuales nos libera (como hijas) para ser seres individuales.
Las creencias patriarcales promueven un nudo inconsciente entre madres e hijas, en el que solo una de ellas puede tener el poder. Es una dinámica de “una de las dos” basada en la escasez que deja a ambas sin poder alguno. Para las madres que han sido especialmente privadas de su poder, sus hijas pueden convertirse en “el alimento” de su identidad atrofiada y en el vertedero de sus problemas. Debemos permitir que nuestras madres recorran su propio camino y dejar de sacrificarnos por ellas.
Estamos siendo llamadas a transformarnos en auténticos seres individuales, mujeres liberadas de las creencias del patriarcado, y a reconocer nuestro valor sin avergonzarnos. Aunque parezca una paradoja, nuestra propia individualidad es lo que contribuye a una sociedad sana, completa y unida.
Tradicionalmente, a las mujeres se nos ha enseñado que es noble cargar con el dolor de los demás; que el cuidado emocional es nuestro deber y que deberíamos sentirnos culpables si nos desviamos de esta función. En este contexto, la culpa no tiene que ver con la consciencia sino con el control. Este sentimiento de culpa nos mantiene atadas a nuestras madres, nos debilita y hace que ignoremos nuestro poder. Tenemos que darnos cuenta de que no hay ningún motivo real para sentirnos culpables. El rol de cuidadora emocional nunca ha sido un rol genuinamente nuestro, simplemente forma parte de nuestro legado de opresión. Si lo miramos así, dejaremos de consentir que la culpa nos controle.
Abstenernos del cuidado emocional y dejar que la gente aprenda sus propias lecciones es una forma de respetarnos a nosotras mismas y de respetar a los demás.
7-imagen
Nuestro “sobre-funcionamiento” contribuye al desequilibrio de nuestra sociedad y desempodera activamente a los demás impidiendo su propia transformación. Debemos dejar de cargar con los pesos de los demás. Y esto se hace viendo lo inútil que es. Y tenemos que oponernos a ser las guardianas y los vertederos emocionales de aquellos que se niegan a hacer el trabajo necesario para su propia transformación.
Contrariamente a lo que nos han enseñado, no tenemos que sanar a toda nuestra familia. Sólo tenemos que sanarnos a nosotras mismas.
En vez de sentirte culpable por no ser capaz de sanar a tu madre ni a los otros miembros de tu familia, date el permiso de ser inocente. Si lo haces, recuperas tu construcción personal y el poder que te quitó la herida materna. Y en consecuencia, devuelves a tus familiares el poder de seguir su propio camino. Se trata de un gran cambio energético que se da al apropiarnos de nuestro valor y se ha demostrado que podemos conservar nuestro poder a pesar de los llamamientos a entregarlo a los demás.
El precio de transformarnos en auténticas nunca es tan alto como el precio de permanecer en un “yo” falso.
Es posible que nuestras madres (y nuestras familias) nos den la espalda cuando nos convirtamos en más auténticas. Podemos sentir hostilidad, rechazo, rabia, y una denigración total. Puede ser que todo el sistema familiar sienta el terremoto. Y puede resultar asombrosa la rapidez con la que nos pueden rechazar o abandonar cuando dejamos de sobre-funcionar y expresamos nuestro auténtico ser.
En su artículo “Mindfulness and the Mother Wound”, Phillip Moffitt describe las cuatro funciones de una madre: Nutrir, Proteger, Empoderar e Iniciar. Según Moffit, el rol de la madre como iniciadora “es el aspecto más desinteresado de los cuatro, porque alienta una separación que la dejará sola”. Es una función muy profunda, también para aquellas madres que hayan sido apoyadas y honradas, y casi imposible de desempeñar para las madres que han sufrido un gran dolor y que no han llegado a sanar suficientemente sus propias heridas.
El patriarcado limita severamente la capacidad de la madre de iniciar a su hija en su propia construcción personal, porque en el patriarcado, la mujer ha sido privada de su propia construcción. El patriarcado conduce al autosabotaje de la hija, a la misoginia del hijo, y a la falta de respeto del lugar del que procedemos, la misma tierra.
Es precisamente esta función de la madre como la “proveedora de la iniciación” lo que lanza a la hija a vivir su propia vida, pero este rol es solo posible en la medida que la madre haya experimentado o vivido su propia iniciación. Pero los procesos sanos de separación entre madres e hijas están muy boicoteados en la cultura patriarcal.
El problema es que muchas mujeres se pasan la vida entera esperando que su madre las empuje a vivir sus propias vidas, cuando sus madres son simplemente incapaces de hacerlo.
Es muy habitual ver cómo se pospone el duelo de la herida materna en mujeres que constantemente regresan al pozo negro de sus madres, buscando un permiso y un amor que ellas simplemente no tienen la capacidad de dar. En vez de completar este duelo, muchas mujeres tienden a culparse, y esto las bloquea. Tenemos que lamentar que nuestras madres no puedan ofrecernos una iniciación que ellas nunca recibieron y embarcarnos conscientemente en nuestra propia iniciación.
La ruptura es en realidad una señal del impulso evolutivo de separar los hilos patriarcales de nuestro linaje materno, de romper la atadura inconsciente a nuestras madres que ha potenciado el patriarcado y ser iniciadas en nuestras propias vidas.
Mi trabajo de ayuda a las mujeres a sanar su herida materna consiste en acompañarlas a salir de este ciclo de auto-culpabilidad y a hacer el duelo necesario para que puedan reivindicar su poder y potencial. Una parte de este proceso es aceptar este profundo dolor existencial, para poder iniciarnos en la libertad y la creatividad de nuestras propias vidas. Y al final, este dolor da paso a una compasión genuina y a la gratitud hacia nuestras madres y a las madres de nuestras madres.
Es importante ver que, al rechazar las creencias patriarcales que dicen que para ser aceptadas deberíamos permanecer pequeñas, no estamos rechazando a nuestras madres. Lo que en realidad estamos haciendo es reivindicar nuestra fuerza vital, libres de patrones impersonales y limitantes que han mantenido a las mujeres secuestradas durante siglos.
Crear un espacio seguro para el anhelo de la madre
Aunque seamos mujeres adultas, añoramos a nuestra madre. Puede ser desgarrador sentir este anhelo y saber que nuestra propia madre no puede satisfacerlo, aunque hizo lo que pudo. Es importante enfrentarse a este hecho y llorarlo. Tu anhelo es sagrado y debe ser honrado. Dejar un espacio para el duelo es una parte importante de ser una buena madre para ti misma. Si no hacemos un duelo sincero de nuestra necesidad insatisfecha de cuidado maternal, inconscientemente interferirá en nuestras relaciones, causando dolor y conflicto.

El proceso de sanar la herida de la madre implica hallar tu propia iniciación al poder y propósito de tu vida.
No se trata de un trabajo de superación personal cualquiera. Sanar la herida de la madre es esencial y fundamental; es un trabajo en profundidad que te transforma interiormente y te libera, como mujer, de cadenas centenarias heredadas de tu linaje materno. Tenemos que desintoxicarnos de los hilos patriarcales en nuestro linaje materno para avanzar en nuestro empoderamiento.
Sobre el rol de “la madre como iniciadora”, Moffit dice: “Este poder iniciático se asocia al de la chamana, la diosa, la maga y la mujer medicinal.” A medida que cada vez más mujeres sanamos nuestra herida materna y damos un paso firme y consciente hacia nuestro poder, encontramos por fin la iniciación que estábamos buscando. Así nos volvemos capaces de iniciar, no sólo a nuestras hijas, sino, también a nuestra cultura, como un todo que está experimentando una gran transformación. Estamos siendo llamadas a encontrar en lo más profundo de nosotras aquello que no se nos dio. Al reclamar nuestra propia iniciación mediante la sanación de la herida materna, juntas, al unísono, encarnamos cada vez más a la diosa que está dando a luz a un nuevo mundo.
©2014 Bethany Webster.
Traducción de Carlota Franco.
Agradecemos a Valentina Saracho la elaboración de la primera traducción de este artículo.
Texto original: “The Rupture of the Mother Line and the Cost of Becoming Real”

miércoles, 5 de agosto de 2015

Bolivia y el Lago Sagrado, más Puno en Perú

Podes pedir el itinerario a la agencia de Viajes
0054 11 4706 0342
0054 11 4782 6638
o por mail a info@viajesdelalma.com.ar


jueves, 18 de junio de 2015

El amor a ti mismo

El amor a ti mismo, es totalmente diferente del narcicismo.
En el narcicismo, te identificas y "amas" a un falso ser, a una imagen fabricada de ti mismo.

El amor a ti mismo, es un estado del Ser, que se construye permanentemente, por medio de la atención consciente en el respeto y el cuidado hacia la criatura que tú eres.

Y nace con cada paso que damos hacia la unión con la Fuente de vida. - Extraido del Potal de Alana



martes, 2 de junio de 2015

Es necesario desprenderse de los padres y crear lo propio con la vida

Es necesario desprenderse de los padres y crear lo propio con la vida, pero antes hay que terminar con el reclamo del “me han dado demasiado poco”, o “aun me deben”… De esta manera los hijos quedan íntimamente ligados a los padres pero de una patológica: sobrepeso, ansiedad, bulimia, depresión… y una interminable lista. Ni el hijo tiene a los padres, ni los padres tienen al hijo. Tiene a los padres delante de sí y el hijo no puede avanzar. En cambio si los toma los tiene detrás toma su fuerza y puede avanzar y emprender su camino. La despedida se logra en cuanto tomo todo lo que me dieron y reconozco a mis padres con sus posibilidades y sus límites.
Un ejercicio muy potente para “tomar a los padres”. Consiste en recitar una oración frente a la foto de nuestra madre y luego, frente a la de nuestro padre. Prueba a leerla en voz alta y conecta con las palabras, deja que resuenen en ti:

Querida mamá
tomo a la vida de ti, toda entera,
con lo bueno y con lo malo,
y te tomo al precio entero que a ti te costó
y que a mí me cuesta.
La aprovecharé, para alegría tuya
(y en tu memoria).
No habrá sido en vano.
Yo te honro y te tomo como a mi madre
Y tú puedes tenerme como tu hijo/ hija.
Tú eres la verdadera para mí, y yo soy tu verdadero hijo/ hija.
Tú eres la grande, yo el pequeño/ la pequeña.
Tú das, yo tomo.
Querida mamá:
Me alegro de que hayas elegido a papá
los dos sois los únicos para mí.
Querido papá
tomo a la vida de ti, toda entera,
con lo bueno y con lo malo,
y la tomo al precio entero que a ti te costó
y que a mí me cuesta.
La aprovecharé, para alegría tuya
(y en tu memoria).
No habrá sido en vano.
Yo te honro y te tomo como a mi padre
y tú puedes tenerme como tu hijo/ hija.
Tú eres el verdadero para mí, y yo soy tu verdadero hijo/ hija.
Tú eres el grande, yo el pequeño/ la pequeña.
Tú das, yo tomo.
Querido papá:
Me alegro de que hayas elegido a mamá.
los dos sois los únicos para mí.
Texto extraído de una pagina y os lo compartimos!


miércoles, 19 de marzo de 2014

Bert Hellinger


"La vida tiene su voluntad y hace lo que le da la gana"



Entrevista "La Vanguardia"
El psicólogo cree que no se puede proteger nunca a nadie de la realidad de las cosas

El terapeuta Joan Garriga publica 'La llave de la buena vida', un relato sobre cómo afrontar pérdidas y ganancias y el legado que dejamos a nuestros hijos

 Un padre y una madre cuyo hijo va a cumplir dieciocho años deciden hacerle un regalo especial: una llave de la vida con tres dientes que sirva para abrir todas las puertas que se encuentre durante su camino. Con este relato empieza Joan Garriga su nuevo proyecto literario, La llave de la buena vida, un libro a caballo entre la observación terapéutica y la reflexión espiritual que se centra en qué recursos tenemos para manejar tanto lo que la vida nos da como lo que nos quita. El terapeuta expresa que todos tenemos tres recursos esenciales para avanzar adecuadamente en nuestro viaje existencia: la verdad, la valentía y la conciencia. Tres resortes que conducen al crecimiento y a la felicidad personal, pero que también están asociados a grandes desaciertos que, según Garriga, deben evitarse: la falsedad, la cobardía y la inconsciencia. El libro es argumentado en todo momento en base a una de las sentencias más conocidas de San Agustín: “La felicidad consiste en tomar con alegría lo que la vida nos da y en soltar con la misma alegría lo que la vida nos quita”. 


-Cada uno de nosotros tiene una percepción distinta de lo que es la buena vida. ¿Hay una idea unificadora?
-La buena vida es, en realidad, una reflexión filosófica muy arcaica ligada a los estoicos sobre en qué consiste el buen vivir. Si acudimos a la superficie de las cosas hay gente que dirá aquello que decía Groucho Marx: “La buena vida significa ser feliz, y ser feliz se compone de pequeñas cosas como una pequeña mansión, un pequeño yate, etc”. Es cierto que a este nivel más superficial habrá quien diga que la buena vida es tener dinero, buena salud, etc. No se equivocan, está claro que uno vive mucho mejor si tiene salud, un buen trabajo, una buena red afectiva, etc. Pero esta es sólo una parte de la vida.

-Hábleme de las otras.
-Hay una parte muy interesante que es la que va unos centímetros más allá de la superficie de la piel. Allí dentro es donde nos tocan las cosas que son plenamente relevantes en el viaje de una vida. Si preguntas, verás que hay mucha gente que te dirá que lo que más feliz le ha hecho es poder dar vida a un hijo y ayudarlo a crecer, por ejemplo. Otros dirán que tienen una buena vida porque tienen una buena pareja. Aún así, la gente se tiene que enfrentar a enfermedades de sus hijos, a perder una pareja, etc. Es decir, la vida es una danza de expansión y retracción, de ganancias y pérdidas.

-¿Estas ganancias y pérdidas son construcciones de nuestra mente, o son reales?
-Son reales; lo que sucede es que nuestra mente interpretará un determinado hecho como ganancia o como pérdida. Desde una visión más terapéutica puedo asegurar que en el trasfondo de muchas problemáticas hay pérdidas que no se han asimilado.

-Interpreto que las pérdidas son mucho más complejas de asimilar que las cosas buenas que nos pasan…
-Perder un hijo, una pareja, un trabajo, unos padres, la salud o una identidad vieja son procesos muy difíciles, y es aquí cuando se ponen en marcha una serie de engranajes emocionales para hacerlo posible y, aún así, hay mucha gente que no se rehace de una pérdida. Son personas que viven más conectadas a la pérdida que a la vida. También es cierto que hay gene que se pierde a sí misma en las ganancias: personas que se identifican más con sus éxitos, con sus roles, con el tener más que con el ser, con el parecer más que con el ser. Esta gente también corre el riesgo de perder la conexión con su esencia más genuina y estar demasiado identificada con los roles que le toca representar.

-¿Cuál de los dos extremos nos puede acabar fortaleciendo más como personas?
-Las dos cosas forman parte del juego de la vida y nos visitan, inevitablemente, en algún momento de nuestra existencia; aunque, es cierto que, sin ganancias o sin expansión, la vida se pondría muy pobre, por lo que ambos aspectos son necesarios para el crecimiento.  Es como la educación de los padres que requiere de dos brazos: uno para dar y otro para poner límites. La vida requiere de los dos movimientos: el relacionado con el  crecimiento, la expansión, la consecución y los éxitos, pero también el que tiene que ver con las pérdidas que todos vamos a tener.

-¿No aceptar el dolor de una pérdida es lo que nos produce un sufrimiento más grande?
-Dolor y sufrimiento son dos cosas distintas. El dolor es una emoción que acaba significando un vehículo necesario para poder afrontar determinadas situaciones de la vida que hacen daño; el dolor es una respuesta biológica. Cuando nos abrimos a él cuesta mucho porque no es algo agradable, pero dura un tiempo limitado. Algo distinto son las posiciones de sufrimiento que significan la negativa a querer aceptar el dolor. Una posición de sufrimiento claro es el victimismo, el resentimiento o la venganza.

-Hay quién cree que el sufrimiento la da ciertos derechos a la vida…
-La persona que se ha instalado en el victimismo cree que tiene derechos: a que la cuiden, a que la satisfagan, a que la compensen, etc. El sufrimiento no genera derechos, su única función es hacer sufrir a los demás, y la única salida es salir de este proceso.

-¿Cómo tenemos que abrirnos al dolor?
-Lo primero que tenemos que hacer es aceptarlo. Tras una ruptura sentimental sentimos muchas cosas, como culpa, rabia, enfado, pero, sobre todo, dolor. Si nos abrimos a estas emociones completaremos el proceso, si nos defendemos de ellas acabaremos tomando posiciones anti vida. Aceptar las emociones que surgen de un proceso de luto o de pérdida es lo que nos mantiene conectados con la vida.

-¿En qué momento los padres tienen que empezar a hablarles a sus hijos de todo lo que comporta la vida, con ganancias y pérdidas incluidas?
-En el libro, la llave simboliza cómo han vivido y viven los padres. Al final, los hijos aprenden cómo los padres viven sus pérdidas y sus momentos gloriosos. Si el hijo ve que el padre o la madre están más identificados con el personaje de ser el presidente de una empresa, y no tienen demasiada humanidad ni presencia, aprenderá que uno se pierde en las ganancias o que se identifica con esta imagen. Si se produce la muerte de un abuelo o abuela, y en la familia se hace un proceso de luto, el hijo se identificará pronto con la naturalidad de las pérdidas y de las vivencias emocionales que comporta. Si pasa algo desgraciado y en casa se comportan como si no hubiera pasado nunca nada y no se habla, ese proceso será mucho más complejo.

-Los padres tienden a proteger a sus hijos de las pérdidas y de los hechos desgraciados. Supongo que es un instinto natural aceptado en nuestra sociedad…
-Sí, pero es una actitud incorrecta. A nadie se le puede evitar nada de lo que sucede en la realidad. Los hijos tienen derecho a vivir la muerte cuando esta se hace presente en la familia, en la vida o en la sociedad. No se puede proteger nunca a nadie de la realidad de las cosas, es una percepción equivocada y que, generalmente, no funciona.

-¿Tener presente la muerte es un requisito para vivir una buena vida?
-Si es como una obsesión cotidiana está claro que no, pero sí como un conocimiento de que la vida es limitada. Hay que decir que lo que nos une con la muerte se va acentuando a medida que las personas se hacen mayores porque queda menos distante. Como dice una amiga mía, “a cierta edad ya no hay tiempo para no ser feliz”. Uno se da cuenta de que el tiempo es limitado y, ante esta limitación, uno queda más confrontado con la realidad de su vida. Negar la muerte es como negar una parte de la realidad  y, no sólo no funciona, sino que es imposible de hacer.
-¿La realidad pasa por inclinarse ante la voluntad de la vida?
-Si hablamos del bienestar o de la felicidad hay una ecuación que combina dos variables: una de ellas es ir con toda la fuerza posible en dirección a aquello que nos importa, la otra variable consiste en saber aceptar la voluntad de la vida, especialmente cuando es distinta a la nuestra. He visto decenas de parejas que quieren tener hijos y los hijos no llegan, o otras parejas que no lo quieren y llegan los hijos. La vida tiene su voluntad y, muchas veces, hace lo que le da la gana.
-¿Ante esta voluntad la única acción posible que nos queda es la aceptación?
-¡Qué remedio! Es la única forma de seguir conectados a la vida. La aceptación no es sólo un pensamiento, es un proceso emocional; cuando pasan cosas difíciles pasa un tiempo hasta que logramos aceptarlo e integrarlo en nuestra vida. Si no hay aceptación lo que queda es la lucha y la oposición. Si algo vemos en terapia es que la mayor parte del sufrimiento humano está basado que en algún momento sucedió algo y las personas se han opuesto a ello y se han quedado en que eso no tendría que haber pasado.
-Si la voluntad de la vida es tan caprichosa, ¿qué papel tiene en todo esto la exitosa Ley de la Atracción que antas personas hacen suya?
-La Ley de la Atracción es la primera parte de estas variables que antes comentaba. Es importante que nos organicemos bien, que nos preocupemos, que seamos congruentes, que tengamos claro quiénes somos y qué queremos. Lo que sucede es que, según mi opinión, se ha abusado un poco de esta ley y de esta idea tan grandiosa del “yo” que puede gobernar y dominar toda la realidad si organizas su pensamiento. Para mí es falso. Hay veces que la vida actúa de manera desgraciada, así que, por una parte, esta Ley de la Atracción está bien, pero, por otro lado, habría que complementarla con lo que yo llamo la Ley de la Gran Voluntad.

-Da la sensación de que nuestro “yo” está más sobredimensionado que nunca, hasta el punto de que uno suele difundir diferentes realidades aprovechando el poder de las redes sociales. ¿Por qué creamos estos personajes?
-La idea del “yo”, que es una idea del ego, ha ganado mucho prestigio durante finales del pasado siglo y este presente. La idea de un  “yo” grande antes no era tan importante, predominaba el “nosotros”. Ramón Andrés decía el otro día que cuando no entierran ya no sólo entierran restos mortales sino también biografías. Estamos identificados en un “yo” grande porque vivimos en la era de la individualidad. Por otra parte, a nivel social y familiar hay demasiados principios sobre cómo tenemos que ser para ser queridos. Uno de los errores que cometemos es el de la impostura, de identificarnos con un personaje. El peligro es que el personaje no es aquello que nos mueve o que tenemos, es una invención que nos hace creer que nos irá mejor y seremos más queridos y aceptados. En definitiva lo que significa es una traición a uno mismo. Te aseguro que están mucho mejor aquellas personas que se respetan más y que no necesitan disfrazarse de muchos personajes.

-También habla de la inconsciencia como pecado habitual que solemos cometer…
-En la vida también conviene prestarse atención, y esto pasa por aprender a escuchar las sensaciones corporales, la verdad de nuestros sentimientos, nuestras voces internas…Es importante abrir esta conciencia para saber qué nos hace vibrar, qué nos pasa, etc. Los pensamientos están mucho menos sostenidos y no tienen tanta fuerza.

-¿El amor es la principal causa de sufrimiento en el mundo?
-Si no fuéramos mamíferos no sufriríamos tanto. Los seres humanos necesitamos el vínculo, y el más importante que hay en la vida es el que tiene que ver con los afectos y con las personas que queremos, que es lo que determinará luego nuestros guiones de vida. Nos gobiernan los movimientos del corazón.

-¿Es utópico en nuestra sociedad actual hablar de parejas para toda la vida?
-Hay pocas. Hoy en día, es raro que las personas que tienen entre 50 años o 60 años hayan estado con una sola pareja en su vida, como sí que sucedía antes. Algunos autores han acuñado el término de monogamia secuencial, que quiere decir que estadísticamente, cabe esperar que una persona tenga dos, tres o cuatro parejas estables de media a lo largo de su vida. El modelo de parejas para siempre está un poco agotado, también porque el ámbito de núcleo familiar es mucho más complejo que antes.

-Deje que termine con la cita de San Agustín que sirve de catalizadora durante todo su libro: “La felicidad consiste en tomar con alegría lo que la vida nos da, y dejar marchar con la misma alegría  lo que nos quita”. No sé yo si la segunda parte de la sentencia es un reto excesivamente utópico en nuestra sociedad occidental…
-Es difícil. Está claro que es mucho más sencillo tomar con alegría todo lo bueno que nos sucede, aunque también tenga riesgos. La segunda parte implica hacer el proceso emocional para saber desprendernos de aquello que la vida nos ha quitado, manteniéndonos conectados con la vida y con una cierta cuota de satisfacción y de felicidad.

-Pongamos uno de los peores casos que nos depara la vida como es la pérdida de un hijo. ¿Cómo se explica a los padres este proceso?
-Estoy de acuerdo que es uno de los peores lutos que existen, pero cuando hayan pasado unos cuatro o cinco años, los padres notarán cierta ligereza y alegría, a pesar de la pequeña parte de dolor que siempre existirá. Lo importante es que han vuelto a la vida porque han hecho un proceso. Muchas personas no vuelven a la vida porque se han quedado conectadas a la pérdida y no pueden recuperar la sintonía vital.

martes, 20 de agosto de 2013

Quien se aferra a su rol de víctima no puede transformarse. En la terapia no es posible ayudar a quien se lamenta “Ay, pobre de mí, cuantas cosas me han pasado”. De esa forma, permanece prisionero de su papel de víctima. Mientras que si dice: “Sí, así fue. Aprendí algo de todo eso y pude sacar fuerzas y le saco provecho”, se convierte en un sujeto activo. Entonces él sí podrá dejar atrás aquello que sucedió. BERT HELLINGER

sábado, 19 de enero de 2013

La otra fé

La otra fé

Sevilla,  Marzo 2000
 
Hellinger: Hola, buenos días.
Hombre: Buenos días.
Hellinger: ¿De qué se trata en tu caso?
Hombre: Mis padres son muy mayores y ahora mi padre tiene demencia senil. Hace muchos años, cuando era joven me separé de él, me desconecté de él a nivel de contacto y en este momento me gustaría saber de qué forma me podría acercar a él o poder ayudar. Siento que tengo bastante responsabilidad en este momento.
Hellinger: ¿Qué edad tienes tú?
Hombre: 26.
Hellinger: ¿Y qué edad tiene tu padre?
Hombre: Ochenta.
Hellinger: ¿Y la madre?
Hombre: Setenta y tres.
Hellinger: ¿Tienes más hermanos?
Hombre: Sí, éramos ocho hermanos. Los seis primeros hermanos eran hijos de mi tío. Mi tío murió, mi madre estuvo viuda once años y luego se casó con mi padre y tuvo dos hijos más. Mi hermano que murió hace siete años y yo.
Hellinger: ¿De qué murió el hermano?
Hombre: Fue víctima de un accidente de tráfico.
Hellinger: ¿Y de qué murió el tío?
Hombre: De un infarto.
Hellinger: ¿Tu padre también estuvo casado anteriormente?
Hombre: Fue misionero.
Hellinger: ¿Qué misionero? ¿Católico, protestante?
Hombre: Católico, padres blancos.
Hellinger: ¿Por qué dejó la órden?
Hombre: Supongo que empezaría a perder sus ideales y no se sentiría bien y quería volver
Hellinger: Ok. Yo también fui misionero. Configuraré a dos personas, tu padre y tu.
El hombre escoge el representante para él mismo.
Hellinger: Quisiera decir algo sobre la elección de los representantes. No importa a quién se coga y es mejor no coger a nadie que te conozca. Si no puede haber interferencias. NI tampoco hay que buscar pareceres exteriores. Ok posiciónalos.
El hombre coloca al padre e hijo uno al lado del otro. El hijo está a la izquierda del padre.
Hellinger: ¿Tú eres piadoso?
Hombre: No sé.
Hellinger: Ok. Yo lo he visto.
El hombre asiente. Hellinger saca del público a una mujer, la coloca frente a los hombres y dice: Este sería Dios.
El público se ríe. Hellinger: Tenéis que mantener la seriedad. Esto es un asunto duro.
La mujer quiere acercarse.
Hellinger: No te muevas. Dios no se mueve.
Hellinger saca la representante para la madre.
Hellinger: ¿Qué pasa con el padre?
Padre: Siento ganas de estar más cerca de mi hijo.
Hellinger: ¿Y hacia allá? (Hellinger indica a la representante de Dios)
Padre: También. Con mi hijo hacia allá.
Hellinger dice al hombre: ¿Verdad que es extraño?
Hellinger saca otro representante: este es tu hermano y lo coloco ahora al lado de Dios.
Hellinger: ¿Cómo se encuentra el padre ahora, mejor o peor?
Padre: Muy raro, muy extraño.
Hellinger: ¿Mejor o peor?
Padre: Mejor.
Hellinger: Este sería el sacrificio del hijo para reconciliar a Dios por su separación. Tú sería el siguiente. É l quería ir contigo hacia Dios. Te contaré una historia. Un hombre una noche soñó con que había oído la voz de Dios. Levántate, coge a tu hijo tu único y amado. Llévalo al monte que te señalaré y ahí sacrifícamelo en el holocausto. Por la mañana el hombre se levantó, miró a su hijo, su único bien amado, miró a su mujer, la madre del hijo, miró a su Dios, cogió al hijo y lo llevó al monte. Construyó un altar, le ató las manos, sacó el cuchillo y quiso sacrificarlo. De repente escuchó otra voz y así en lugar de su hijo sacrificó a una oveja. ¿Ahora cómo mira el hijo a su padre? ¿Cómo este padre a su hijo? ¿Y cómo la mujer a su marido? ¿Cómo el marido a la mujer? ¿Cómo ellos miran a Dios? ¿Y cómo Dios, suponiendo que exista, les mira a ellos? También otro hombre escucho en sus sueños la voz de Dios que le dijo: Levántate, coge a tu hijo, al único y bien amado. Llévatelo al monte que te señalaré y ahí sacrifícamelo en el holocausto. Por la mañana el hombre se levantó, miró a su hijo, su único y bien amado. Miró a su madre, la madre del hijo, miró a su dios y le dijo cara a cara: No lo haré. ¿Cómo el hijo mira a su padre? ¿Cómo el padre a su hijo? ¿Cómo la madre a su marido? ¿Cómo el marido a su mujer? ¿Cómo miran ellos a dios? ¿Y cómo el dios, suponiendo que exista, les mira a ellos? ¿Quién de estos dos padres tiene la fé mayor?
Hombre: Para mí el segundo.
Hellinger: Exacto. Ocupa tu lugar en la constelación. Dile a dios: Yo tengo la fé mayor.
Hombre: Yo tengo la fé mayor.
Hellinger: ¿Cómo se encuentra dios?
Dios: Bien.
Hellinger: Aquí lo dejaré.
Hellinger: Quiero deciros algo acerca de dios. Es algo muy atrevido. Hay muchas personas que hablan de dios como si supieran algo de él. Yo no sé nada de él. Pero sé algo de los hombres. Y sé algo de lo que ocurre en las almas de las personas. Algo que ocurre en las almas de las personas es una necesidad profunda de compensación. Muy simple. Cuando alguien me hace un regalo, por muy bello que sea, yo siento una profunda necesidad de compensar el regalo. Me siento inquieto hasta que yo también le haya hecho un regalo. Y en cuando yo le haya dado algo, me siento libre. Y esta necesidad de compensación es la base de toda relación. Sin esta necesidad de compensación, no puede haber intercambio entre las personas, entre el hombre y la mujer, entre el padre  y los hijos. En todas partes actúa esta profunda necesidad de compensación. Esta necesidad de compensación se une al amor. Cuando el hombre le regala algo a la mujer, ella se siente en la necesidad de regalarle algo a él también. Y dado que le quiere, le da un poquito más. Así él tiene la necesidad de compensar. Y dado que el la quiere, le da un poquito más. Así por la unión entre compensación y amor el intercambio aumenta y con el aumento del intercambio crece la felicidad. Éste sería el secreto de una relación de pareja. Entre padres e hijos, los padres les dan tanto a los hijos que los hijos no tienen posibilidad de llegar a una compensación. ¿Entonces en su inquietud qué hacen los hijos? Se casan y van pasando a sus hijos lo que ellos recibieron de sus padres y así la necesidad de compensación permite que los padres den tanto a sus hijos. Es una cosa muy bonita, ¿no?
Esta necesidad de compensación tiene una importancia profunda para nuestras relaciones, pero también existe un lado oscuro. Cuando alguien comete algo grave conmigo, también siento la necesidad de compensarlo, por tanto estoy pensando en vengarme. Algunos no conocen el secreto de la buena compensación negativa. Algunos lo tratan igual que la compensación positiva. Si alguien me daña, yo solamente le devuelvo lo mismo, sino como me siento justificado aún aumento un poco más. Así el otro siente el derecho de devolverme la injusticia y me devuelve un poquito más. Y así aumente el intercambio negativo. Hay una regla muy simple. Hay que unir la venganza al amor. Si a mí me hacen algo, yo también tengo que hacer algo. Pero como quiero a la otra persona, le hago un poco menos de daño, así el otro ya no tiene derecho de hacerme nada, todo lo contrario puede reiniciarse el intercambio positivo. Quien no devuelve la injusticia, pone en peligro al amor, el perdón de la injusticia acaba con el intercambio positivo. Hay que vengarse pero con amor.
Esta necesidad de compensación por mucha persona y también por muchas religiones es transferida al destino y al dios. Así, si tu padre deja la orden manteniendo la fé de antes y también tu madre mantiene la fé de antes y los hijos mantienen la fé de antes, todos ellos lo pagan, vida por vida. Se sacrifica un hijo. Eso no quiere decir que el padre sacrifique al hijo, toda la familia siente la necesidad de compensación sin que esto aparezca en la consciencia y entonces pasan estas cosas. Y todo el cristianismo se fundamenta en este mecanismo, que lo bueno tiene que ser pagado con la vida, por tanto algo humano y solamente humano se aplica más allá del ser humano a algo más grande que ni siquiera conocemos. Y ahora hay que pensar en la imagen de dios que sería esta.
Me acuerdo de mis tiempos de misionero en África. Construí una iglesia y había una imagen de dios en la iglesia en Alemania donde me bautizaron a  mí, era una cruz donde el soldado traspasó con la lanza el pecho de Jesús y la madre de Jesús estaba debajo de la cruz recogiendo la sangre en un cáliz. En aquel entonces yo estaba un poco limitado todavía, pensaba que era una imagen bonita y encontré un pintor religioso en Alemania, pero ya no pintaba cuadros religiosos, solamente vendía cerveza. Pero me ofreció hacer una copia de aquella imagen y así hice una foto de esa imagen y después se la enseñé a unas hermanas indígenas de sudafrica. Estaban espantadas. ¿Cómo una madre puede hacer eso? Entonces me enseñaron y me hicieron comprender. Pensaban que yo estaba loco. Pero una vez uno está en este fé y ya no percibe la locura.
¿Cuál es la solución?
Hay que renegar del dios pequeño para dirigirse al más grande que para nosotros sigue siendo oculto.
Espero que le he dejado bastante claro, pero la misma actitud también existe en las familias hacia el destino. Os daré un ejemplo muy simple. Un ingeniero se compró mercedes y en su familia eso era una arrogancia. Entonces iba por la autopista y un día tuvo un accidente que otro coche por detrás chocó con él. El hombre se sintió sumamente aliviado. Ahora por fin había pagado por el mercedes. Hacia el destino. ¿Y cuántos hijos hay que ven que los padres están enfermos y hacen voto con dios? Coge mi vida para que mi madre siga viviendo. Es algo común. Y entonces me imagino a dios mirando a tales hijos. ¿Entonces cómo se sentirá dios? Le saldrán las lágrimas viendo esto.
Mucha psicoterapia consiste en romper estos moldes, estos patrones. Por eso esto también es una educación en la fé. Una educación religiosa sin que sepamos dónde exactamente eso se dirige. Pero sabemos de dónde nos aparta.

miércoles, 2 de enero de 2013

CONSTELACIONES FAMILIARES

A través de las dificultades que encontramos en nuestro camino recibimos diferentes mensajes, ellos nos impulsan a buscar soluciones y muchas veces transforman nuestras vidas. Algunas veces la interrupción en el fluir natural del Amor Familiar, es debido a hechos que dejaron un profundo impacto en esta Alma Familiar. Y por este motivo mucho tiempo después un miembro de la familia expresa ese momento, envuelto en distintas dificultades. En los Talleres de Constelaciones Familiares intentamos que juntos podamos encontrar ese momento y el hecho ocurrido entonces, para darle el impulso amoroso que necesita y así quizás lograr la plenitud en nuestras vidas. Constelaciones Familiares: Es un procedimiento que busca ordenar y descubrir, por intermedio de representantes, lo esencial de los conflictos y de esta manera poder mostrar acontecimientos y personas que no han sido integradas al sistema familiar o que han ocupado lugares que no les corresponden, con lo que se ha desviado el fluir natural del amor familiar. Se trata también de buscar un movimiento amoroso que permita desbloquear el nudo del problema y configurar una imagen sanadora como puerta de acceso a la solución del conflicto. Es muy útil que quienes deseen hacer una constelación lleguen con información sobre sus antepasados, como origen, profesiones, muertes prematuras, accidentes, frases familiares, emigraciones, etcétera. Las personas que participan de una constelación tienen muchas veces comprensiones de sucesos ocurridos en su familia que habían olvidado y descubren personajes ocultos por mucho tiempo, que cuando son reconocidos, permiten una imagen clara de la situación; con ello la persona recupera su fuerza natural para lograr la solución del conflicto. Los representantes no necesitan saber nada de quien representa ya que toda la información deviene en ese momento,ni tampoco se los elige por similitud alguna, ni por sexo (puede un hombre representar a una mujer como a la inversa) también es muy probable que quien aporte con su representación obtenga una información que le sea útil para su vida. Espero tu participación para recorrer juntos un camino diferente de descubrimiento y sanación

lunes, 1 de octubre de 2012

Amar: Equilibrio entre Dar y Recibir

Muchas veces hemos escuchado aquella famosa frase “amar es dar sin esperar nada a cambio”, que nuestra cultura judeocristiana ha procurado elevar como una bandera de lo que significa el verdadero amor. Por supuesto, esta creencia nos genera un montón de dudas, inquietudes e incomodidades; y más aún, muchísima culpa cuando esperamos de nuestros allegados algún tipo de compensación por las cosas que sentimos hemos aportado en las relaciones que mantenemos.
Esta creencia de que el amor es sólo dar, es lo que pretendo desmitificar. Una de las reflexiones que quiero traer en este artículo, tiene que ver con el primer mandamiento de la Ley de Dios, puesto que justamente es la religión la que intenta vendernos esta idea. El primer mandamiento dice “Amarás a Dios por sobre todas las cosas”, y luego Jesús, en sus evangelios condensó todos los mandamientos en uno “Amarás a Dios por sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo”. Si nos detenemos a reflexionar estas sentencias, ellas sugieren que Dios sí está esperando una compensación por el hecho de habernos creado: nos está diciendo claramente que lo amaremos a él primero que a otra persona o cosa en el mundo. Incluso, luego sugiere la importancia de aprender a amar de manera equilibrada y justa, puesto que nos impronta a amar a nuestro prójimo de la misma manera como nos amamos a nosotros mismos.
No pretendo con lo dicho hasta ahora plantear una crítica religiosa aquí, sino más bien replantearnos la manera como nos hemos aproximado a estas palabras. En primer lugar, una lectura distinta de los mandamientos sugiere la idea de que Dios espera que lo amemos a él como él nos ama a nosotros; y en segundo lugar, que amar a otros es un acto equilibrado, donde amamos a los otros en la medida en que nos amamos a nosotros mismos.
Y es que para mí esta es la manera de implementar el amor en la cotidianidad, comprendiendo que en sí mismo es necesario un acto que busca el equilibrio entre el dar y el recibir, puesto que de lo contrario nos comenzaremos a sentir, o bien descontentos porque estamos dando más de lo que recibimos, o bien incómodos puesto que estamos sintiendo que estamos recibiendo demasiado.
Bert Hellinger, el padre de la psicoterapia sistémica, dice que cuando ocurren desequilibrios entre el dar y el recibir, comenzamos a sentir que la relación no marcha adecuadamente, puesto que uno de los dos está más comprometido. A veces, sólo damos, y somos nosotros mismos quienes nos negamos a recibir, enviando una señal inconsciente de que no queremos asumir responsabilidad en la relación; y además, haciendo sentir al otro incapaz de proporcionarnos lo que deseamos de dicha relación. Otras veces, sólo tomamos, incapaces de ofrecer algo para equilibrar el vínculo, haciendo sentir al otro utilizado.
Una relación sana se establece cuando las dos personas que la conforman están dispuestos a comprometerse, a aportar y a dejar que el otro aporte, y en esa medida se va creando un vínculo enriquecedor para los dos individuos, asumiendo la responsabilidad de involucrarse y permitir que el otro se involucre. De lo contrario, al final vamos a terminar sintiendo, a través del dar sin esperar nada a cambio, que nos encontramos vacíos, que no estamos obteniendo nada de la relación, que estamos siendo objetos del otro.
Otra reflexión que podemos sacar de esta idea, es que no esperar nada no quiere decir que no recibamos, sólo plantea la importancia de no tener expectativas; para así poder abrirnos a recibir lo que el otro tiene para dar, y no lo que nosotros queremos que el otro aporte.
Haciendo una comparación con las leyes físicas que rigen el comportamiento del Universo, se me ocurre citar la Tercera Ley de Newton, llamada también la Ley de Acción y Reacción, la cual dice “para cada acción existe una reacción igual y opuesta”. A partir de allí, es interesante reflexionar que el amor es una fuerza, probablemente la más grande fuerza espiritual que existe en el Universo. Y es evidente a partir de aquí que esa fuerza debe estar en equilibrio, si nuestra acción es amar, para mantener el equilibrio recibimos esa misma fuerza de retorno. Si recibimos amor, es lógico pensar que devolvemos esa misma fuerza.
Como último punto, podemos cuestionarnos que muchos maestros espirituales, como Buda, Jesús, la Madre Teresa, han tenido vivencias donde han dado muchísimo, y parece que no recibieron nada o muy poco. En primer lugar, estos seres han tomado la decisión consciente de dar su vida, enseñando lo que traían. En otra escala, los padres y los maestros también dan mucho, y no reciben compensación por eso desde ese rol que asumen, es parte de un rol y de sus consecuencias. En segundo lugar, desde ese espacio de ser Maestros, en general no establecieron vínculos específicos con otros seres humanos, con lo cual no esperaban recibir algo de vuelta; nosotros, conscientes o no, establecemos los vínculos que deseamos de manera particular con muchas personas a lo largo de nuestra vida. Si no, hubiésemos tomado la decisión de no establecer esas relaciones, en un espacio donde sólo dar pudiera ser más simple. Y en tercer lugar, todos esperamos algo como recompensa de lo que damos, aun cuando lo que esperemos pudiera ser tan sutil como una sonrisa, un gesto de agradecimiento, un abrazo.
En la mitología griega, la pretensión de ser como dioses se llama hybris, que tiene que ver con un ego desmesurado. Pretender sentir que, desde un espacio no humano, podemos dar sin esperar recibir; es como pretender vivir sólo con respirar, sin comida ni agua. El amor es una energía que nos alimenta, no que alimenta sólo a los otros. Es necesaria para nosotros, no sólo para los demás. Es alimento para nuestra alma, para la mía o la tuya. Así que negarnos a recibirla del otro es una pretensión exagerada, un estado de hybris duramente castigado por los dioses, en el espacio metafórico de la mitología.
Desde la humildad de reconocer que necesito amor para vivir en este mundo, mi alma saluda a tu alma…

sábado, 21 de abril de 2012

El silencio
Oye, hijo mío, el silencio.Es un silencio ondulado,un silencio,donde resbalan valles y ecos y que inclina las frentes hacia el suelo.

Federico García Lorca

Al estudiar sucesos históricos que afectaron a colectivos enteros —pueblos, naciones, grupos religiosos— surge inevitablemente la pregunta: ¿Cuándo y de qué manera dejan de marcar los grandes acontecimientos a un colectivo? ¿Cuándo se acaba la Primera Guerra Mundial, la Guerra Civil española?, ¿cuándo el Holocausto judío?

El verano de 2005 murió Albert Marshall, a la edad de 107 años. Fue el último superviviente de la campaña del Somme, en la que había participado como soldado durante la Primera Guerra Mundial. El 23 de diciembre de 2005 murió Harold Lawton, el último soldado inglés, a la edad de 106 años. De los más de 70 millones de hombres movilizados durante la Primera Guerra Mundial tal vez quede vivo un puñado. Todavía viven personas que se acuerdan de los horrores de esta guerra, que la vivieron en carne propia. Niños y adolescentes que perdieron a su padre o a otro familiar, o que sufrieron las batallas de cerca, o que casi murieron por la hambruna. Pero los últimos soldados se mueren, y con ellos sus recuerdos. Sólo ahora, con su muerte, acaba la guerra en un nivel mas profundo. Una vez que muera el último testigo directo de esta guerra, alrededor del año 2020, ya sólo quedarán los ecos de los sucesos en las generaciones posteriores. Ecos que han marcado y siguen marcando a la segunda, tercera y cuarta generaciones.

¿Por qué se constela un sistema familiar de origen normalmente hasta la generación de los abuelos e incluso de los bisabuelos? ¿Qué hace que las generaciones anteriores parezcan más retiradas, descansando más profundamente en el reino de los muertos? Pien­so que tiene que ver con los recuerdos directos de los vivos. Aunque mis abuelos y tal vez mis padres ya hayan muerto, ellos siguen vivos en mis recuerdos hasta el último día de mi vida. Cuando yo muera, “morirán” todavía más conmigo, se alejarán de sus descendientes vivos. Y con ellos los traumas colectivos de su generación. Así, sólo con la muerte del último bisnieto que todavía tenga recuerdos de su bisabuelo que luchó en la Primera Guerra Mundial, la guerra caerá en el olvido, sumergiéndose en el inconsciente de la humanidad, y sólo quedaran los libros de historia.



Se podrían distinguir varias etapas de este proceso. La primera etapa es el fin del suceso, que en el caso de la Primera Guerra Mundial ocurrió el 11 de noviembre de 1918. Después del fin del suceso, empieza una segunda etapa. El colectivo sufre las consecuencias directas y las secuelas de lo que pasó. Muchas veces se observa que entre los actores y testigos empieza un periodo en el que lo fundamental es mirar hacia delante y evitar los recuerdos dolorosos. Cuesta asumir las culpas y las responsabilidades. Hay tendencias a incluir en el recuento solamente las víctimas propias, ignorando a las del otro bando. La segunda y tercera generaciones entran en escena y tienen que manejar las ausencias, traumas y carencias de sus padres, con todas las consecuencias que tan a menudo vemos en las Constelaciones Familiares. Es un proceso de integración complejo y difícil. Sólo una vez que la primera generación está retirada de la vida pública y de los lugares de poder de la sociedad, jubilada o ya muerta, parecen posibles ciertos pasos. En España tuvieron que pasar 60 años hasta que se empezaran a desenterrar de muchas fosas comunes los restos de los republicanos fusilados en la Guerra Civil y así poder darles un lugar digno y visible en el cementerio, junto a sus familiares. En Alemania pasó más de medio siglo hasta que se pudo hablar y reconocer a las propias víctimas civiles de la Segunda Guerra Mundial, para devolverles su dignidad. Finalmente, la segunda etapa acaba con la muerte de sus últimos actores y testigos, después de aproximadamente un siglo.

Aunque los efectos de un suceso histórico disminuyen en cada generación, sus ecos y resonancias continúan y pueden perdurar más tiempo. Ello dependerá ya de la gravedad de los sucesos concretos en cada familia, de qué forma un miembro u otro estuvo involucrado en su momento. Sucesos realmente graves pueden mantenerse “vivos” en un sistema familiar durante seis, siete e incluso más generaciones. Ésta es la experiencia de Anne Shuetzenberger en su investigación psicogenealógica, o de Daan van Kampenhout en su trabajo chamánico, entre otros. En términos generales pienso que con la muerte de los familiares que guardan recuerdos de los actores y testigos se cierra esta tercera etapa.

Sólo después la guerra se absorbe completamente en el inconsciente colectivo, donde mantiene su influencia en el alma colectiva.



Almas colectivas



Somos individuos que viven su vida bajo la influencia del sistema familiar, como se puede ver con claridad en las Constelaciones Familiares. Pero no sólo participamos en el sistema familiar, sino también en sistemas colectivos más grandes, la nación por ejemplo. ¿De qué manera nos pueden influir estos sistemas?

Cada colectivo es un sistema y desarrolla unos contenidos y dinámicas propias, así como una conciencia propia. Un colectivo que permanece durante un tiempo suficiente desarrolla estructuras y cualidades que son independientes de las cualidades de los individuos que lo componen, ya que éstos sólo participan por un tiempo limitado y más bien breve. Los miembros individuales se desvanecen, mientras el sistema se mantiene. Así, no sólo posee su propia vida y sus propias motivaciones y objetivos, sino también el poder de influir en sus miembros individuales. Mantiene y defiende su propia identidad y sólo se deja cambiar de una manera lenta.

El concepto de C. G. Jung del inconsciente colectivo tiene mucho en común con la idea del alma colectiva:

“El inconsciente colectivo es la parte del alma que se puede distinguir del inconsciente personal, ya que no debe su existencia a una experiencia propia y por eso no es una adquisición personal. Mientras que el inconsciente personal en lo esencial consiste en contenidos que fueron conscientes en algún momento pero salieron del consciente porque se olvidaron o reprimieron, los contenidos del inconsciente colectivo nunca fueron conscientes y por eso nunca fueron adquiridos individualmente”.

“El modelo del mundo en el que nace un individuo ya le es innato como imagen virtual. Y de esta manera le son innatos padres, mujer, hijos, nacimiento y muerte como imágenes virtuales, como disposiciones psíquicas (como arquetipos). Estas categorías aprióricas son por supuesto de naturaleza colectiva, son imágenes de padres, mujer e hijos en general... De alguna manera son el resultado de todas las experiencias del linaje de los ancestros”.

Ahora bien, hay que mirar al inconsciente colectivo de manera diferenciada. Más allá del inconsciente personal están los inconscientes de sistemas o entidades más grandes, como las de la familia, la tribu, las unidades nacionales, la humanidad. El siguiente diagrama (de Marie-Louise von Franz) es una ilustración simplificada del inconsciente colectivo. Las letras significan: el inconsciente personal (A), el inconsciente familiar (B), el inconsciente de grupos mayores (C), el inconsciente de unidades nacionales (D), y finalmente el inconsciente que comparte toda la humanidad (E).





El conjunto se podría llamar la gran alma en la que participa toda la humanidad. En palabras de Bert Hellinger: “Mi imagen del alma es que es grande, y que no tenemos un alma sino que estamos en un alma, participamos en ella. Esta gran alma incluye tanto el reino de los vivos como el reino de los muertos”. Rupert Sheldrake habla del campo mórfico humano. Un comentario aparte: En mi opinión la geometría fractal, desarrollada por Benoit Mandelbrot, es un modelo excelente para ilustrar de qué manera toda la humanidad está conectada y cómo es posible que alguien, en una Constelación Familiar, pueda representar de manera precisa a otra persona, mas allá de las limitaciones del espacio y del tiempo.

Un alma colectiva se compone de sus diferentes elementos. Se­ría comparable con el cuerpo humano con todos sus huesos, órganos, músculos ... Cada alma colectiva se forma a través de los pensamientos y experiencias de sus diferentes elementos, de sus miembros individuales, a lo largo del tiempo. Como ejemplo examinaremos de qué elementos se compone el “cuerpo español”. Esta lista es el resultado de un ritual con Daan van Kampenhout –realizado en octubre de 2005 en un taller en Madrid– sobre el alma de España:

• Castellanos

• Andaluces

• Extremeños

• Aragoneses

• Vascos

• Catalanes

• Gallegos

• Isleños

• Gitanos

• Judíos

• Moros

• Católicos

• Inquisidores

• Homosexuales

• Íberos, fenicios, griegos, cartagineses, romanos y visigodos

• Descendientes de indígenas de las colonias españolas

• Descendientes de los colonizadores en las anteriores colonias

• Emigrantes que viven fuera del país

• Inmigrantes de Europa

• Inmigrantes de África

• Inmigrantes de Latinoamérica

• Inmigrantes de Asia

• Etc.



Si se examina el alma colectiva española hay que tener en cuenta la duración del tiempo en que se ha formado, para entender sus estructuras y cualidades específicas. A lo largo de su historia ocurrieron sucesos importantes que dejaron profundas huellas en su inconsciente colectivo. Dejemos que hable Juan Goytisolo, citado desde su libro España y los españoles (1969):



“La casi simultánea expulsión de los judíos no conversos y la que operara con los moriscos en 1610 en aras de la unidad religiosa de los españoles equivalen, según el criterio oficial, a la eliminación del corpus del país de dos comunidades extrañas que, no obstante la dilatada convivencia con la cristiana vencedora, no se españolizaron jamás (a diferencia de los fenicios, griegos, cartagineses, romanos y visigodos). (...)

Esta interpretación de nuestro pasado histórico no se ajusta, ni mucho menos, a la verdad. Como ha señalado con pertinencia Américo Castro, íberos, celtas, romanos y visigodos no fueron nunca españoles, y sí lo fueron, en cambio, a partir del siglo X, los musulmanes y judíos que, en estrecha convivencia con los cristianos, configuran la peculiar civilización española, fruto de una triple concepción del hombre, islámica, cristiana y judaica. El esplendor de la cultura arábigo-cordobesa y el papel desempeñado por los hebreos en su introducción en los reinos cristianos de la Península modelan de modo decisivo la futura identidad de los españoles, diferenciándolos radicalmente de los restantes pueblos del Occidente europeo. (...)

Cuando los Reyes Católicos acaban con el último reino moro de la Península y decretan la expulsión de los judíos asistimos al primer acto de una tragedia que, durante siglos, va a determinar, con rigurosidad impecable, la conducta y actitud vital de los españoles. Contrariamente a la versión oficial de nuestros historiadores, el edicto de expulsión de los judíos no cimenta en absoluto la unión de aquéllos; antes bien, los escinde, los traumatiza, los desgarra. En efecto: desde finales del siglo XIV, numerosos españoles de casta hebrea, para conjurar el espectro del pogromo que comenzaba a cernirse sobre ellos, se habían convertido prudentemente al cristianismo y, en 1492, comunidades enteras ingresaron in extremis en las filas de los “marranos” para evitar el brutal desarraigo. Y, a partir de esta fecha, los cristianos ya no son, sin más, cristianos: en adelante se dividirán en cristianos “viejos” y “nuevos”, separados estos últimos del resto de la comunidad por los denominados estatutos de “limpieza de sangre”. El bautismo no nivelará nunca las diferencias entre unos y otros: aun en los casos de conversión sincera (que los hubo), e incluso tratándose de descendientes de conversos (a veces de cuatro y cinco generaciones), la frontera subsistirá en virtud de los rígidos criterios de la casta triunfante. Desde 1481, la Inquisición vigila ya estrechamente la ortodoxia de los nuevos cristianos.

Las bases de la discordia secular entre españoles aparecen netamente desde entonces y la herida abierta por el edicto real de marzo de 1492 no cicatrizará nunca”.

Si en un sistema colectivo rigen las mismas leyes que en el sistema familiar, los llamados órdenes del amor, entonces la negación de la pertenencia de los judíos y moros españoles tiene que haber perjudicado de manera profunda a este sistema español y a su alma. Varios siglos después, la Guerra Civil entre (1936 y 1939) pa­re­ce una prolongación de la misma dinámica, una lucha entre Caín y Abel en el intento de excluirse mutuamente, que dio como resultado el exilio de un millón de españoles.

También la colonización de Latinoamérica, a partir de su descubrimiento por Cristóbal Colón en 1492, con la consiguiente ma­tan­za de indígenas y el comercio con esclavos procedentes de África para explotar las nuevas colonias entre el siglo XVI y XVIII, tienen que haber dejado huella en el alma española, por los lazos que se formaron entre los perpetradores y sus víctimas. (En este sentido se podría comprender la actual inmigración masiva de los magrebíes, africanos y latinoamericanos como un movimiento de compensación).

Cada país tiene sus propias dinámicas: no se observa lo mismo ni en la misma intensidad en distintos países. El tema de la separación y la exclusión aparece con frecuencia en las demandas de los participantes en los talleres de Constelaciones Familiares en España. Claramente es un tema dominante. Tiene que ver con el alma colectiva española, y la exclusión histórica de colectivos que ya forman parte del alma española hace que esto se refleje incluso en la actualidad en los destinos de las familias e individuos que participan en esta alma colectiva y viven bajo su influencia.



Peter Bourquin, noviembre 2005



Andrea García Sención

Terapeuta en psicología Gestalt ,Terapeuta en Constelaciones Familiares. Terapia Individual en consultorio privado,Terapia de Pareja. .