miércoles, 26 de febrero de 2020



Extraido de BCN GESTALT
El triángulo dramático de Karpman: ¿qué es y cómo salir de él?
En el mundo de las relaciones es donde se manifiestan más claramente nuestras partes menos sanas: miedos, agresividad, dependencia, inseguridad, vanidad, victimismo, exigencia, control… Las peores neuras se disparan sin remedio en forma de personajes y máscaras que llevamos con nosotros (casi siempre inconscientemente) desde la infancia. Su razón de ser es bien sencilla: sentirnos más queridas y aceptadas o protegernos del dolor.

Algunos de estos modelos relacionales están muy estudiados y se estructuran de forma clara. Es el caso del Triángulo Dramático, nombre con el que Stephen Karpman definió a la relación que se produce entre tres roles determinados: víctima, salvador y perseguidor.

EL TRIÁNGULO DRAMÁTICO
— Francisco tiene alcoholismo. Su hijo Roberto trata por todos los medios de evitar los problemas que esto provoca entre sus padres, intentando proteger a su madre (rol de salvador) de los ataques de Francisco y que éste no beba o vaya a rehabilitación (salvador). Lucía, la madre, está sobrepasada por la situación y no sabe cómo actuar (víctima).

Cuando bebe, Francisco acusa a Lucía de ser la causante de sus problemas (perseguidor), pero en ocasiones toma conciencia del daño que está causando y entra en culpa (víctima). Lucía no quiere que su hijo salga dañado e intenta ocultarle los episodios (salvadora). Roberto, harto de la situación, acusa al padre de ser el causante de todo (perseguidor), ante lo que Francisco se justifica diciendo que está enfermo (víctima). —

En este ejemplo vemos como en una misma situación se puede pasar de un rol a otro en función de las circunstancias y el estado emocional. Los tres roles se retroalimentan entre sí construyendo un modelo de relación disfuncional que provoca sufrimiento en todas sus posiciones.

Los tres roles se retroalimentan entre sí construyendo un modelo de relación disfuncional que provoca sufrimiento en todas sus posiciones
Aunque cada uno de nosotros podemos identificarnos más con uno de estos tres roles como tendencia habitual, podemos entrar y salir de cualquiera de los personajes implicados en el triángulo dramático. Con algunas personas o situaciones determinadas tendemos a establecernos en uno de los tres (por ejemplo salvador de los amigos, acusador en la pareja). También podemos reconocer cada uno de los roles por separado en distintas situaciones.

triángulo dramático Kaarpmanimagen de Susanne Jegge

LOS PERSONAJES
Los tres personajes implicados en el triángulo dramático constituyen estrategias emocionalmente inmaduras que se establecen como una defensa ante situaciones de conflicto. Cada una de las posiciones busca una serie de beneficios consistentes en obtener o evitar ciertas cosas:

– LA VÍCTIMA –
La persona que ejerce el rol de víctima se muestra en una posición de inferioridad, autocompasión e indefensión, sintiendo incapacidad de salir por sí sola de la situación. La demanda de ayuda (explícita o no) y la queja suelen ser sus formas de comunicarse. También puede sentir culpa, una posición cómoda en donde librarse de cualquier acción o confrontación real con el conflicto (te recomendamos leer este artículo al respecto). Frecuentemente se refuerza en el papel de víctima desde el «sí, pero…», desmontando cualquier posibilidad de solución o paso a la acción.

El victimismo es una actitud inmovilista e infantil que perpetúa el propio sufrimiento.
Beneficios: No hacerse responsable de su parte. Despertar compasión y tener la atención de las demás. Conseguir la ayuda del «salvador». Si hay culpa, conseguir el castigo que cree merecer y que llega desde el perseguidor.

– EL PERSEGUIDOR –
El personaje de perseguidor se ejerce desde el juicio, la acusación, la crítica y a veces la amenaza. El perseguidor tiene el rol más agresivo aunque a veces esta agresividad se ejerza de manera encubierta. En esta posición suelen encontrarse con más frecuencia personas con estructuras de carácter más agresivo, poco empáticas o que usan a los demás para satisfacer las propias necesidades. También en aquellas con tendencia a la susceptibilidad o que justifican su actitud como una defensa ante los ataques (supuestos o reales) de las demás.

El papel de perseguidor permite escapar de la propia vulnerabilidad para colocarse en una posición de control y poder.
Beneficios: Establecerse como «el que sabe». No implicarse realmente en el conflicto. No conectar con su vulnerabilidad ni asumir la propia responsabilidad. Conseguir lo que desea o le conviene. Vengarse, castigar. Atacar como forma de autodefensa. Tener el control.

– EL SALVADOR –
La persona salvadora se sacrifica por los demás asumiendo funciones que no le corresponden. Se siente responsable del bienestar ajeno y muchas veces presta ayuda sin que se la pidan. Esta ayuda en realidad la sitúa en una posición de superioridad y orgullo al creer que los demás necesitan ser salvados porque no son capaces de resolver los problemas por sí mismos. Puede llegar a reprochar que los esfuerzos que hace no le son correspondidos o reconocidos.

La ayuda se realiza desde una proyección de la propia necesidad y como consecuencia de la incapacidad de conectar de verdad con las propias carencias
Beneficios: Situarse por encima. Ser vista como buena y ayudadora. No ocuparse de sus propias necesidades y emociones. Evitar el conflicto. Crear dependencia en los demás. Sentirse necesitado y querido.

– Movimientos habituales entre roles –
La víctima, sintiéndose inferior y disminuida por la ayuda que le ofrece el salvador, puede acabar persiguiéndole.
El perseguidor puede irse al salvador si contacta con la culpa de estar dañando.
La salvadora al no sentirse recompensada, puede pasar a ser víctima.
La víctima puede pasar a ser perseguidora acusando del daño que se le ha causado.
El salvador, harto de salvar a la víctima, puede perseguirla.
La víctima entra en la perseguidora cuando hace ver a los demás que no son capaces de ayudarla.
SALIENDO DEL TRIÁNGULO
El primer e imprescindible paso para salir del triángulo dramático es identificar en cuál de los tres personajes estamos situados. Una vez reconocido, no queda más remedio que asumir de forma responsable lo que está sucediendo y hacer frente a todo aquello que tratábamos de evitar desde nuestro rol neurótico.

– DE VÍCTIMA A RESPONSABLE –
El victimismo es una actitud inmovilista e infantil que perpetúa el propio sufrimiento. Dentro del triángulo, la víctima está sujeta a la figura del salvador, creando una relación de dependencia. La ayuda que llega por parte del salvador puede ser a la vez boicoteada por la propia víctima porque aceptar soluciones acabaría con la situación por la que está recibiendo atención y cuidados.

Para salir de este rol:

1– Aceptar el problema desde una postura adulta (responsabilidad) y no como un niño indefenso y sin recursos (víctima). Una postura madura pasa por comprometerse en encontrar soluciones, buscar los propios recursos e iniciar las acciones necesarias para solucionar el problema.

2- Contactar con las emociones que se están movilizando a nivel profundo (rabia, tristeza, baja autoestima, vergüenza…).

3- Si hay una necesidad real de ayuda, pedirla y vivirla desde una actitud activa y no pasiva. Es decir, no poner todo el peso en otra persona esperando a «ser salvada».   

– DE PERSEGUIR A EXPRESAR –
El papel de perseguidor permite escapar de la propia vulnerabilidad para colocarse en una posición de control y poder. Ejerciendo de juez, imponiendo, buscando castigo, en el fondo se escapa de lo propio: «si ataco no me atacan». El perseguidor huye de una imagen débil y de su propio dolor; el uso del control y la acusación ayuda a desconectar las emociones que se juzgan como menos fuertes.


Para salir de este rol:

1- Reconocer la propia responsabilidad en el conflicto y salir de la acusación enfrentándose al problema desde una posición menos defensiva.

2- Conectar con la propia vulnerabilidad y ver qué se esconde en el enfado. Si hay deseo de venganza o castigo, ver el dolor que hay detrás para poder gestionarlo de forma más responsable y no tapándolo desde la defensa.

3- Empatizar con las otras personas en conflicto.

4- Cambiar la acusación por la expresión asertiva y responsable de lo propio: en lugar de «tú haces», «tú deberías…», usar «cuando dices esto yo me siento». Pedir de forma directa lo que necesita, negociando en lugar de imponiendo.

– DE SALVAR A ACOMPAÑAR –
Estar en una actitud de ayuda está muy bien, pero como en todo, depende del cómo, del cuánto, del cuándo y sobre todo, del para qué. Nadie puede salvar a nadie, sólo podemos acompañar, escuchar, estar presentes y ofrecer ayuda desde la humildad y el reconocimiento de las capacidades de la otra persona, sin situarnos por encima de ella.

Para salir de este rol:

1- Menos fuera y más dentro: ocuparse más de las necesidades propias que de las ajenas. Esto también pasa, como en los otros papeles del triángulo dramático, por reconocer las emociones reales que se ocultan tras el rol. La ayuda muchas veces se realiza desde una proyección de la propia necesidad y como consecuencia de la incapacidad de conectar de verdad con las propias carencias; algo así como: «me ocupo de ti como forma indirecta de ocuparme de mí».

2- No ofrecer ayuda a menos que la pidan. Y aún así, observar en qué medida es necesaria y cómo se da.

3- Aprender a decir que no, poner límites. La persona salvadora es reclamada frecuentemente porque su entorno (en este caso, la víctima), está acostumbrado a que acuda siempre al rescate. Esto retroalimenta el guión dependiente que se da entre ambas figuras.

4- Si la ayuda es necesaria, que sea auténtica y desinteresada. Evitar aquellas ayudas que se realizan desde la obligación o como forma de obtener algo a cambio (agradecimiento, favores, reconocimiento…).

En definitiva: para poder salir del triángulo dramático tenemos que darnos cuenta de qué papel estamos representando dentro de él. Después, hacernos cargo de lo que estamos intentando evitar o conseguir, responsabilizarnos de nuestra parte en el asunto y poner atención a las emociones que se ocultan detrás de nuestro rol.

Darnos cuenta de nuestros mecanismos automáticos a la hora de relacionarnos nos ayudará a construir relaciones más sanas y verdaderas.

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